Día 100: Jesús, el agua viva y pan de vida eterna

INTRODUCCIÓN

Estamos en el cumplimiento mesiánico, serán pocos días. Y hoy llegamos al día número 100 del podcast. Así que, por favor date un aplauso a ti mismo, porque has perseverado. ¡Ya 100 días! Vamos en una casi tercera parte de lo que es la Biblia en un Año, y estamos con el Evangelio de Juan. Hoy estaremos leyendo del capítulo 4 al 6 y estaremos leyendo los Proverbios, capítulo 5, versos del 7 al 14. Hoy tenemos una gran sorpresa porque llegamos al día 100, ya llevamos 100 días. Así que, te felicito por perseverar, por mirar que todo si es posible y es posible cuando lo trabajamos en el nombre del Señor.

Hemos visto en el día de ayer cómo en el principio estaba la Palabra. Y podemos decir que hay dos principios: El del Génesis 1,1 donde se habla que en el principio se hace la creación y hoy nos hablan, de otro principio, que el Verbo, la Palabra, el Logos ya estaba desde el principio. Y no se menciona en tiempo presente sino en tiempo pasado, “y la Palabra que era”. Y en el principio era la Palabra y en el principio estaba la Palabra, lo cual nos demostró, que el Señor siempre ha existido. Y ahora tenemos que empezar a mirar eso, que en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios.

Nos damos cuenta de que Dios viene y se encarna, quiere estar con nosotros para ser la Luz verdadera, para ser la Luz que ilumina a todo hombre para que, viniendo a este mundo, el mundo la conozca y el mundo la reciba. Pero, a veces somos un poquito duros para recibir la Palabra. Es decir, para recibir al Señor y, como lo decía también, estaba en las bodas de Caná, María que intercede para que en esta boda no falte el vino. Y así nos va dando un signo de lo que ella va a ser más adelante en el cielo, la que va a presentar nuestras necesidades a su hijo. Es por eso por lo que hoy Jesús nos va a seguir entregando su ministerio, pero ya estamos nosotros sabiendo que María va a interceder por nosotros.

Jesús ayer convertía el agua en vino. Hay un ritual de la Antigua Alianza y empezamos a ver el nuevo símbolo, que será el regalo que nos va a dar en la Nueva Alianza. Ya no es vino, sino es el Espíritu Santo. Qué hermoso que el Espíritu Santo va a ser derramado sobre cada uno de nosotros. Y cómo Jesús sigue haciendo obras en los más necesitados, en los que están a la espera de esas manifestaciones. Así que, hoy vamos a continuar con estas lecturas que nos esperan. Son muy interesantes, ojalá que podamos realmente abrir nuestro corazón.

Es el día número 100. Estaremos leyendo los capítulos 4 al 6, estaremos con Proverbios 5, del 7 al 14. Jesús estará entre los samaritanos —algo increíble—, seguirá con la curación de alguien en Betesda, y después nos cuenta cuál es la obra del hijo de Dios. Como diríamos, “¡Pongámonos los cinturones de seguridad!” porque llegamos al día 100. Empecemos.

ORACIÓN INICIAL

Padre de amor y misericordia, Tú que haces elocuente la lengua de los niños, educa también la mía e infunde en mis labios la gracia de tu bendición, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y a ti te invito para que pidas al Espíritu Santo que abra nuestra mente y nuestro corazón para que podamos gozarnos de la palabra de Dios hoy en nuestras vidas.

PUNTOS CLAVES

  • Estos capítulos del día de hoy nos muestran el encuentro Jesús con una mujer, pero no es cualquier mujer, es una mujer samaritana. Y nos damos cuenta de que esta mujer era un poquito atrevida y descortés, pero va cambiando a medida que va conociendo a Jesús. Él empieza a ayudarle a pensar de manera diferente. Esta mujer no sabe que Jesús es el Agua Viva y ella tiene esa sed espiritual, tal vez no tenía sed física pero su espíritu está buscando algo. Y también veremos que hoy se da a conocer que Jesús es un profeta y él puede entender la realidad de esta mujer y esta mujer va y lo presenta ante el pueblo y el pueblo empieza a descubrir que, en Jesús, en su Palabra, hay algo nuevo, hay algo diferente. Y es también, como lo observaremos en todo este evangelio, la Palabra que se hace carne y que quiere renovar, restaurar, hacer todo diferente.

  • También veíamos que un hombre se acerca para pedir que se sane su hijo. Están en medio de una fiesta en Caná de Galilea y hay un hombre que viene porque su hijo se encuentra en Cafarnaúm y le dice: “Mira, por favor ayuda a mi hijo”. Qué lindo es cuando podemos entrar en contacto interceder por alguien más. ¿Por quién vas a pedir el día de hoy? Tal vez tienes hijos y quieres interceder por ellos, tal vez quieres ejercer una pequeña influencia sobre tu padre, tu madre, algún amigo, alguien a quien amas. Vas a pedir hoy que se haga un milagro en la vida esa persona. Sería interesante porque nos hemos visto muy ligados a un Jesús que acepta que intercedamos por los demás. Es un Jesus que marca un punto decisivo cuando hay que hacer un milagro por alguien, y estos milagros no siempre son aplaudidos, a veces le van a crear enemigos a Jesús, quienes sienten odio y que comienzan a buscar la manera de condenarlo, de llevarlo a morir.

  • Aunque algunos quieren que Jesús esté en día de reposo, en mes de reposo, que siempre está reposando, Jesús sigue haciendo las obras hoy en tu vida, en mi vida. Él se levanta a ayudar a los que están necesitados y que a los que están necesitados les dice: “Levántate y camina” Tal vez tú y yo tenemos que decirle a alguien hoy: “Levántate, camina, no te dejes llevar por los vicios, por la pereza, por lo que pueda llevarte al mal camino”. Hoy Jesús está impartiendo vida, está levantando muertos, está sanando a los enfermos. Así que, no te dejes llevar por el desánimo o por la tristeza.

  • Pidámosle a Jesús que, como lo hizo dos mil años atrás, hoy venga a restaurar, a levantar, a hacer las cosas nuevas. Y es por eso por lo que Jesús está orando también para Él mismo ser glorificado, para que haya muchos creyentes. Ojalá que tú y yo hoy empecemos a creer y a creer más, porque Jesus se sigue manifestando.

  • Hoy Jesús consoló a sus discípulos y dijo: “Miren, yo soy el camino al Padre y les prometo que el Espíritu Santo vendrá.” Digámosle hoy: “Señor, no queremos caminar por otras sendas, sino queremos que tú seas ese camino que nos lleve hasta el Padre. Por eso, por favor hoy danos ese Espíritu Santo, y así el mundo nos odie, no importa trabajaremos para el Espíritu Santo y sabemos que nuestra tristeza se convertirá en alegría, si somos perseguidos. Sabemos que, si el mundo se viene en contra de nosotros, Tú estarás con nosotros y no nos dejará solos y no nos vas a abandonar”.

ORACIÓN FINAL

Padre de amor y misericordia, te pedimos que nos sigas acompañando en este día. Van 100 días de caminar contigo. Permite, Señor, que no solo yo, sino que cada uno de nosotros, seamos fieles a tu palabra, para que podamos vivir con fe lo que estamos leyendo, lo que estamos compartiendo, para que podamos enseñar la verdad y para que podamos cumplir lo que hoy tu Palabra hecha carne nos trata de enseñar. Señor, que cada día podemos reconocer que has estado desde el principio y que tal vez no te hemos visto en nuestras vidas, pero hoy más que nunca nos dices que estás ahí presente para sanar, para dar vida, para liberar. Y que la bendición de Dios Todopoderoso que es Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y los acompañe siempre. Que Dios los bendiga.

PARA MEDITAR

  • Siguiendo la recomendación de Fray Sergio, en tu oración personal, presenta las oraciones de tus seres queridos.

COMENTARIOS ADICIONALES

Papa Francisco. Audiencia General. Biblioteca del Palacio Apostólico. Miércoles, 16 de diciembre de 2020.

Catequesis 19. La oración de intercesión

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Quien reza no deja nunca el mundo a sus espaldas. Si la oración no recoge las alegrías y los dolores, las esperanzas y las angustias de la humanidad, se convierte en una actividad “decorativa”, una actitud superficial, de teatro, una actitud intimista. Todos necesitamos interioridad: retirarnos en un espacio y en un tiempo dedicado a nuestra relación con Dios. Pero esto no quiere decir evadirse de la realidad. En la oración, Dios “nos toma, nos bendice, y después nos parte y nos da”, para el hambre de todos. Todo cristiano está llamado a convertirse, en las manos de Dios, en pan partido y compartido. Es decir una oración concreta, que no sea una evasión.

Así los hombres y las mujeres de oración buscan la soledad y el silencio, no para no ser molestados, sino para escuchar mejor la voz de Dios. A veces se retiran del mundo, en lo secreto de la propia habitación, como recomendaba Jesús (cfr. Mt 6,6), pero, allá donde estén, tienen siempre abierta la puerta de su corazón: una puerta abierta para los que rezan sin saber que rezan; para los que no rezan en absoluto pero llevan dentro un grito sofocado, una invocación escondida; para los que se han equivocado y han perdido el camino… Cualquiera puede llamar a la puerta de un orante y encontrar en él o en ella un corazón compasivo, que reza sin excluir a nadie. La oración es nuestro corazón y nuestra voz, y se hace corazón y voz de tanta gente que no sabe rezar o no reza, o no quiere rezar o no puede rezar: nosotros somos el corazón y la voz de esta gente que sube a Jesús, sube al Padre, como intercesores. En la soledad quien reza —ya sea la soledad de mucho tiempo o la soledad de media hora para rezar— se separa de todo y de todos para encontrar todo y a todos en Dios. Así el orante reza por el mundo entero, llevando sobre sus hombros dolores y pecados. Reza por todos y por cada uno: es como si fuera una “antena” de Dios en este mundo. En cada pobre que llama a la puerta, en cada persona que ha perdido el sentido de las cosas, quien reza ve el rostro de Cristo.

El Catecismo escribe: «Interceder, pedir en favor de otro es […] lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios» (n. 2635). Esto es muy bonito. Cuando rezamos estamos en sintonía con la misericordia de Dios: misericordia en relación con nuestros pecados —que es misericordioso con nosotros—, pero también misericordia hacia todos aquellos que han pedido rezar por ellos, por los cuales queremos rezar en sintonía con el corazón de Dios. Esta es la verdadera oración. En sintonía con la misericordia de Dios, ese corazón misericordioso. «En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos» (ibid.). ¿Qué quiere decir que se participa en la intercesión de Cristo, cuando yo intercedo por alguien o rezo por alguien? Porque Cristo delante del Padre es intercesor, reza por nosotros, y reza haciendo ver al Padre las llagas de sus manos; porque Jesús físicamente, con su cuerpo está delante del Padre. Jesús es nuestro intercesor, y rezar es un poco hacer como Jesús; interceder en Jesús al Padre, por los otros. Esto es muy bonito.

A la oración le importa el hombre. Simplemente el hombre. Quien no ama al hermano no reza seriamente. Se puede decir: en espíritu de odio no se puede rezar; en espíritu de indiferencia no se puede rezar. La oración solamente se da en espíritu de amor. Quien no ama finge rezar, o él cree que reza, pero no reza, porque falta precisamente el espíritu que es el amor. En la Iglesia, quien conoce la tristeza o la alegría del otro va más en profundidad de quien indaga los “sistemas máximos”. Por este motivo hay una experiencia del humano en cada oración, porque las personas, aunque puedan cometer errores, no deben ser nunca rechazadas o descartadas.

Cuando un creyente, movido por el Espíritu Santo, reza por los pecadores, no hace selecciones, no emite juicios de condena: reza por todos. Y reza también por sí mismo. En ese momento sabe que no es demasiado diferente de las personas por las que reza: se siente pecador, entre los pecadores, y reza por todos. La lección de la parábola del fariseo y del publicano es siempre viva y actual (cfr. Lc 18,9-14): nosotros no somos mejores que nadie, todos somos hermanos en una comunidad de fragilidad, de sufrimientos y en el ser pecadores. Por eso una oración que podemos dirigir a Dios es esta: “Señor, no es justo ante ti ningún viviente (cfr. Sal 143,2) —esto lo dice un salmo: ‘Señor, no es justo ante ti ningún viviente’, ninguno de nosotros: todos somos pecadores—, todos somos deudores que tienen una cuenta pendiente; no hay ninguno que sea impecable a tus ojos. ¡Señor ten piedad de nosotros!”. Y con este espíritu la oración es fecunda, porque vamos con humildad delante de Dios a rezar por todos. Sin embargo, el fariseo rezaba de forma soberbia: “Te doy gracias, Señor, porque yo no soy como esos pecadores; yo soy justo, hago siempre…”. Esta no es la oración: esto es mirarse al espejo, a la realidad propia, mirarse al espejo maquillado de la soberbia.

El mundo va adelante gracias a esta cadena de orantes que interceden, y que son en su mayoría desconocidos… ¡pero no para Dios! Hay muchos cristianos desconocidos que, en tiempo de persecución, han sabido repetir las palabras de nuestro Señor: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

El buen pastor permanece fiel también delante de la constatación del pecado de la propia gente: el buen pastor continúa siendo padre también cuando sus hijos se alejan y lo abandonan. Persevera en el servicio de pastor también en relación con quien lo lleva a ensuciarse las manos; no cierra el corazón delante de quien quizá lo ha hecho sufrir.

La Iglesia, en todos sus miembros, tiene la misión de practicar la oración de intercesión, intercede por los otros. En particular tiene el deber quien está en un rol de responsabilidad: padres, educadores, ministros ordenados, superiores de comunidad… Como Abraham y Moisés, a veces deben “defender” delante de Dios a las personas encomendadas a ellos. En realidad, se trata de mirar con los ojos y el corazón de Dios, con su misma invencible compasión y ternura. Rezar con ternura por los otros.

Hermanos y hermanas, todos somos hojas del mismo árbol: cada desprendimiento nos recuerda la gran piedad que debemos nutrir, en la oración, los unos por los otros. Recemos los unos por los otros: nos hará bien a nosotros y hará bien a todos. ¡Gracias!"


(Tomado del sitio web del Vaticano. Accesado el 11 de abril de 2022. https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2020/documents/papa-francesco_20201216_udienza-generale.html)