Día 105: Jesús vence a la muerte y el pecado

Evento Clave 63: Jesús da su Madre a la Iglesia (Juan 19, 25-27)

Jesús confía su madre al discípulo amado y al discípulo amado a ella.

El discípulo amado representa a todos los discípulos, mostrando la relación que todo cristiano tiene ahora con María, quien se convierte en nuestra madre espiritual en Cristo (cf. CIC 963,969)

INTRODUCCIÓN

  • Jesús dio su Madre a la Iglesia. Jesús confía su Madre al discípulo amado y al discípulo amado le dice, “Mira, ahí está tu madre”. Este discípulo amado representa a todos los discípulos y nos muestra la relación que todo cristiano tiene con María, quien se convierte en nuestra Madre espiritual en Cristo Jesús. ¿No es lindo tener una madre espiritual? Es María Santísima.

  • En el episodio anterior vimos a Jesús ante Pilato. Pilato sospecha que hay algo malo, trata de quitarse el problema de encima y se da cuenta que hay algo aquí en contra Jesús. Los diálogos de hoy nos van a mostrar que Jesús va a morir de manera inocente, que pudo haber sido puesto en libertad, pero había muchas acusaciones. A Jesús lo azotan, los soldados se aprovechan de Él, lo usan como burla, termina crucificado, le dan bofetadas.

  • ¿Quién hubiera imaginado que un hombre bueno podría terminar de esta manera? No podemos hablar de la muerte de Jesús aparte de su resurrección. Nosotros debemos manifestar a diario que Jesús está vivo. Porque la crucifixión de Jesús fue un momento difícil, infame, pero que da un significado de redención a nuestra vida.

  • Cada vez que miremos la cruz, recordemos que fuimos redimidos a través de esta muerte ignominiosa, que la cruz fue el lugar donde se completó nuestra liberación, es donde los pecadores podemos encontrar ese escalón que nos hacía falta para acercarnos una vez más a Dios.

  • Dejemos hoy que estas lecturas nos llenen de alegría porque, aunque son muy dolorosas, nos muestran una nueva humanidad, un nuevo comienzo. Lo que estaba desde el principio (nuestra amistad con Dios) puede ser recreado por Aquel que estaba al principio.

  • Hoy leemos Juan, capítulos 19 al 21; Proverbios, capítulo 6, del 16 al 22. Este es el día 105.

PUNTOS CLAVES

  • La crucifixión de Jesús es una terrible injusticia si no la miramos desde la perspectiva divina. Si la vemos con los ojos de Dios, la cruz de Cristo es el lugar donde todo pecado se paga, y donde podemos recibir a Jesús como Salvador y Señor. Es el lugar donde Jesús es Rey. Todo esto había sido profetizado con exactitud y los hechos pasaron tal como se profetizaron. Confiemos en que la muerte y resurrección de Cristo es para que nosotros tengamos vida eterna.

  • Después de ver estos momentos trágicos con un hombre que golpea a Jesús, con un hombre que lo quiere dejar libre, con un Jesús que se detiene ante la injusticia y se dice: “Si he hecho algo mal, dímelo; pero si no, ¿porque me pegas?” Con un Jesús que se preocupa incluso cuando está en el momento más crítico de su vida por su Madre y por sus discípulos, nos entrega a María como madre de la Iglesia.

  • Cuando nos preguntan: “Y la Virgen, ¿tuvo más hijos? ¿Tenía más gente a su alrededor?” Pues no, porque sino estaría con ellos y Jesús no hubiera tenido que entregársela a alguien más. Los hermanos o las hermanas de Jesús se hubieran hecho cargo de María, pero como María no tiene a nadie, le toca a Jesús decirle a su discípulo amado, “Ahí tienes a tu Madre. Madre ahí tienes a tu Hijo”.

  • Después de que Jesús resucita tiene que hacer algunas manifestaciones de su presencia. Lo ven Juan, Pedro, María Magdalena, Tomás el Mellizo, lo empiezan a ver muchos más. La tumba está vacía, los lienzos están bien doblados y todo nos prueba que Jesús realmente apareció. Jesús viene a traer paz a todos y el saludo de Él es de una paz que se va a consumar, pero en Él.

  • Uno puede pensar que después de resucitado Jesús ya no tendría heridas, pero le quedaron las marcas de los clavos en las manos, en los pies y en el costado, y es cómo le da la prueba a Tomás de que todo se ha cumplido, de que Él ya murió y que resucitó, y le dice: “Ven Tomás, mete tu mano, mete tus dedos”. A veces cuando tú perdonas, a veces cuando te alejas del pecado, no se borra de tu vida, quedan algunas marcas, queda la cicatriz y cada vez que nos damos cuenta de esa cicatriz, nos acordamos que alguien nos hirió o que nosotros nos herimos a nosotros mismos o que pecamos, y ¿Cómo sabemos que ya estamos sanos? Porque ya no nos duelen las heridas, ya sabemos que pudimos resucitar al rencor de lo que nos hicieron, al dolor. Porque, aunque vemos la herida, la cicatriz ya no nos duele. Hay muchas cosas en la vida que van dejando cicatrices, que van dejando una marca.

  • ¿Estás listo para tener estas cicatrices y que no te duelan? Pídele hoy al Señor, que puedas crucificar cada una de esas cosas que te han alejado del perdón, de la reconciliación, de la paz verdadera para que mueran allí en la cruz y que puedas resucitar a la vida nueva.

  • Ya no niegues más al Señor como lo hizo Pedro; más bien dile: “Sí Señor, te amo y te agradezco porque me has restaurado, porque has preparado un fuego para calentarme. Porque has preparado un pan y un pez para llenarme una vez más. Tú eres un Dios que vino a servir y no a ser servido. Así que hoy con confianza me acerco una vez más a tu cruz, Señor y te veo morir, porque cuando tú mueres, muere mi pecado. Cuando tú resucitas, resucito a una vida nueva”.

ORACIÓN FINAL DE Fr. SERGIO

"Señor, hoy que terminamos este Evangelio de San Juan, si tenemos alguna marca en nuestras vidas, que ya se cierre, que ya se cierre y que no duela. Porque tú has traído la reconciliación y la paz verdadera. Y así que antes de despedirme, una vez más pido que por favor oren por mí, para que sea fiel a este ministerio que se me ha confiado, para vivir con fe lo que leo, lo que comparto con ustedes. Para que pueda enseñar siempre la verdad y sobre todo para que pueda cumplir lo que he enseñado. Y que la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y los acompañe siempre. ¡Que Dios los bendiga!"

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Jn 19, 25-27

501 Jesús es el Hijo único de María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende (cf. Jn 19, 26-27; Ap 12, 17) a todos los hombres a los cuales Él vino a salvar: "Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el Primogénito entre muchos hermanos (Rm 8,29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de madre" (LG 63).

969 "Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna [...] Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora" (LG 62).

970 "La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres [...] brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia" (LG 60). "Ninguna creatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor. Pero, así como en el sacerdocio de Cristo participan de diversas maneras tanto los ministros como el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única fuente" (LG 62).


Jn 19, 28-37

599 La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica san Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "Fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios.

600 Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad. Por tanto establece su designio eterno de "predestinación" incluyendo en él la respuesta libre de cada hombre a su gracia: "Sí, verdaderamente, se han reunido en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, que tú has ungido, Herodes y Poncio Pilato con las naciones gentiles y los pueblos de Israel (cf. Sal 2, 1-2), de tal suerte que ellos han cumplido todo lo que, en tu poder y tu sabiduría, habías predestinado" (Hch 4, 27-28 ). Dios ha permitido los actos nacidos de su ceguera (cf. Mt 26, 54; Jn 18, 36; 19, 11) para realizar su designio de salvación (cf. Hch 3, 17-18).

604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. Jn 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8 ).

609 Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita [la vida]; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18 ). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando Él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).

613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del "Cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8 ) reconciliándole con Él por "la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28; cf. Lv 16, 15-16).

614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos consigo (cf. 1 Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18 ) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.

616 El "amor hasta el extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). "El amor [...] de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2 Co 5, 14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.

(Todas las citas están tomadas del Catecismo de la Iglesia Católica disponible en línea en el sitio web del Vaticano. https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html)