Día 76: Guerra Santa contra Madián
INTRODUCCIÓN
Yo creo que lo que hemos aprendido en estos días es muchísimo. Todo lo que ha pasado que nos llama la atención de cómo es Israel, cómo se se va dando toda esta formación del pueblo de llegar a la Tierra Prometida y, cuando voy a Israel mucha gente a veces ve el desierto y ve lo lo difícil que es vivir allí y dicen: "Padre y ¿dónde está la leche y la miel?" y de verdad que algunas partes están despobladas y arrasadas. Aunque la verdad —tengo que decirlo— Israel ha venido cambiando muchísimo en los últimos años para mejor. Pero no se nos puede olvidar lo que Dios ha dicho a esta nación en los capítulos que hemos leído: que si ellos se alejaban del pacto, que si se alejaban de Dios, la tierra sería arrasada. Se nos olvida que la tierra y el pueblo estaban incluidos juntos en el pacto. El pueblo va a llegar a la tierra y la tierra va a estar para el pueblo, siempre y cuando ellos sean fieles a Dios.
En realidad todo lo que Moisés nos ha hablado está adaptado para esta tierra pero ella es para la gente y para la tierra. No se trata solamente de la gente, del pueblo, sino también del lugar que van a ocupar. En los tiempos de Nuestro Señor muchos dicen que el Monte de los Olivos está cubierto de muchos árboles, que era una región muy boscosa y que cuando llegan los enemigos para conquistarlo, cortan todos los árboles del monte y lo dejan desolado.
Tal vez tenemos que mirar que el juicio de Dios no sólo cae sobre la gente. También cae sobre el pueblo, cayó sobre la tierra. Los israelitas fueron expulsados de esta tierra porque no han guardado el pacto, porque no cumplieron las condiciones establecidas por Dios, porque no quieren obedecer, porque su corazón se endurece, porque se alejan, porque tienen otros ídolos ¿Podemos pensar que fracasó el pacto? ¿Que tal vez los israelitas no volverán a esta tierra? Claro que no. Vemos —y veremos hoy y en el próximo programa— los últimos consejos de Moisés.
Moisés fue una persona clave desde que Israel sale de Egipto, él ha sido el líder durante años y nos ha dejado cantidad de testimonios de lo que Dios ha hecho durante estos años y también lo estamos viendo que ya se prepara para morir. Moisés va a mostrarnos hoy dos cosas muy importantes. Uno, que está envejeciendo y, lo otro, que no podrá pasar el Jordán ¿Y esto a causa de qué? De que él mismo ha sido desobediente —cuando golpeó la peña en lugar de hablarle—. Él desobedeció a Dios y Dios le ha manifestado claramente que pondrá a otro líder quien llevará a los israelitas a través del Jordán hacia la Tierra Prometida y Moisés nos trae ése líder.
Hoy estaremos leyendo Números, capítulo 31; Deuteronomio, capítulo 30 y el Salmo 116. Este es el día 76 ¡Empecemos!
ORACIÓN INICIAL
Padre de amor y misericordia, Tú qué haces elocuente la lengua de los niños, educa también la mía e infunde en mis labios la gracia de Tu bendición, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y a ti te invito para que pidas al Espíritu Santo que abra nuestra mente y nuestro corazón para que nos podamos gozar de esta palabra de Dios que se nos da hoy para nuestras vidas.
PUNTOS CLAVES
Nuevamente quisiera empezar hoy con este hermosísimo salmo que tenemos, el 116 que nos invita a entrar en ese amor misericordioso de Dios, que nos dice que cuando amamos a Dios, escuchamos su voz y también Él nos escucha a nosotros, que Él inclina su oído hacia nosotros cuando lo llamamos, que nos sorprende siempre ¡Qué lindo es saber que contamos con el amor de Dios! Nos damos cuenta de eso a través de las lecturas que tenemos hoy.
Quisiera a ver un poquito el Deuteronomio. El pacto que hace Dios con su pueblo no tiene ninguna condición. Él empieza a decir lo que va a suceder a los que se convierten a Dios: Dios mismo va a cambiar sus corazones y esa es una promesa incondicional y es una bendición que Dios da a su pueblo ¿Qué tal si tú y yo nos convirtiéramos hacia el Señor? Él puede cambiar tu corazón, puede cambiar cualquier corazón que esté torcido, que esté endurecido, que se haya enfriado.
Nosotros tenemos que recordar que las lecturas que hemos leído hasta el día de hoy —especialmente el Deuteronomio— nos hablan del amor y nos hablan de la obediencia. Son los grandes temas del Deuteronomio: que tenemos que amar a Dios con todo nuestro corazón y esto tiene que ser de gran importancia no sólo para los israelitas sino también para ti y para mí, para que podamos recibir la gracia de Dios, para que podamos recibir su luz, para que podamos recibir más su conocimiento. Así que tenemos que amarlo a Él con todo nuestro corazón y tenemos que obedecer su luz, que son los mandamientos.
Una de las cosas por las cuales tú y yo debemos orar es para que nuestro corazón se guarde siempre cerca de Dios, que podamos estar siempre escuchando su voz y ¿quién es su nueva voz? Pues la Palabra hecha carne, es el mismo Jesús. Miremos que Dios nos hace tantas promesas de que va a estar con nosotros, va a caminar con nosotros siempre y cuando nosotros le seamos fieles, que no nos olvidemos del amor que Dios tiene para cada uno de nosotros. Él ha hecho estas grandes promesas: que en nuestro futuro Él nos llevará de regreso a la Tierra Prometida si le somos fieles, si nos convertimos, que puede haber una conversión siempre y cuando escuchemos su palabra y también declara que los enemigos de Israel serán juzgados y que Israel puede volver a esta tierra si obedece la voz del Señor ¡Qué lindo! Tú y yo podemos volver a la Tierra Prometida si escuchamos la voz del Señor.
Israel puede recibir muchas bendiciones y serán completas. Pero, para esto, no puede tener excusas de que no conocía los mandamientos, de que no conocía a Dios pues a ellos mismo se les dio y ellos mismos lo saben.
Todos tenemos la responsabilidad de escuchar el mensaje de Dios. Nadie tiene que ir hasta el cielo para encontrarlo, nadie necesita cruzar el océano para encontrarlo. La salvación está muy cerca de nosotros. Está en el grupo de oración, está en la iglesia, está en tu párroco, está en el sacerdote que te habla, está en el radio que estás escuchando, en el celular, en el computador. Estás tan cerca de esta palabra de Dios que tú tienes una responsabilidad de actuar con base a lo has escuchado. Tú y yo somos responsables. Tenemos un libre albedrío y esta es nuestra responsabilidad: de proclamar la palabra de Dios, de escucharla. Yo trato de que esta palabra llegue a tu oído por medio de estas ondas radiales, o de internet, de youtube, de cualquier podcast. De aquí en adelante tú tienes que decidir qué quieres hacer, querido oyente. Tienes hoy el privilegio de que la palabra de Dios haya llegado a tus oídos, de que puedes escucharla y que tú puedes hacer algo con lo que has oído, que puedes serle fiel a Dios y dejar que Él transforme tu corazón, que Él transforme tu vida. Tú decides.
ORACIÓN FINAL
Así que oremos los unos por los otros y, como siempre les insisto, por favor, por favor, por favor, antes de despedirme les vuelvo a pedir que no se olviden de orar por mí para que yo sea fiel a este ministerio que se me ha confiado, para que pueda vivir con fe lo que leo lo que trato de compartir con ustedes, para que pueda enseñar la verdad y para que yo también pueda cumplir lo que leo y lo que enseño y que la bendición de Dios Todopoderoso que es Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y los acompañe siempre ¡Que Dios los bendiga!
PARA MEDITAR
¿Qué lugar ocupa la Biblia en tu vida? Aparte de seguir la lectura con el programa de la Biblia en un Año ¿utilizas la Biblia para orar con ella (meditación cristiana)?
Si tienes dudas sobre cómo meditar utilizando la Biblia, te ofrecemos el siguiente enlace donde se explica la meditación cristiana paso a paso: https://es.catholic.net/op/articulos/55320/cat/677/la-meditacion-paso-a-paso-.html#modal
Hay muchos métodos sincretistas de meditación que están de moda basados en técnicas no-cristianas incompatibles con nuestra fe y que confunden a muchos católicos. Para estar alerta, ofrecemos el enlace a la "Carta a los obispos sobre la meditación cristiana" (disponible en el sitio web del Vaticano):
https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_19891015_meditazione-cristiana_sp.html
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Dt 30, 15-20
1696 El camino de Cristo “lleva a la vida”, un camino contrario “lleva a la perdición” (Mt 7,13; cf. Dt 30, 15-20). La parábola evangélica de los dos caminos está siempre presente en la catequesis de la Iglesia. Significa la importancia de las decisiones morales para nuestra salvación. “Hay dos caminos, el uno de la vida, el otro de la muerte; pero entre los dos, una gran diferencia” (Didaché, 1, 1)
Dt 30, 16
2057 El Decálogo se comprende ante todo cuando se lee en el contexto del Éxodo, que es el gran acontecimiento liberador de Dios en el centro de la antigua Alianza. Las “diez palabras”, bien sean formula das como preceptos negativos, prohibiciones, o bien como mandamientos positivos (como “honra a tu padre y a tu madre”), indican las condiciones de una vida liberada de la esclavitud del pecado. El Decálogo es un camino de vida:
«Si [...] amas a tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, sus preceptos y sus normas, vivirás y te multiplicarás» (Dt 30, 16).
Esta fuerza liberadora del Decálogo aparece, por ejemplo, en el mandamiento del descanso del sábado, destinado también a los extranjeros y a los esclavos:
«Acuérdate de que fuiste esclavo en el país de Egipto y de que tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y con tenso brazo» (Dt 5, 15).
Sal 116, 12
224 Es vivir en acción de gracias: Si Dios es el Único, todo lo que somos y todo lo que poseemos vienen de Él: "¿Qué tienes que no hayas recibido?" (1 Co 4,7). "¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?" (Sal 116,12).
Sal 116, 13 y Sal 116, 17
1330 Memorial de la pasión y de la resurrección del Señor.
Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también Santo Sacrificio de la Misa, "sacrificio de alabanza" (Hch 13,15; cf. Sal 116, 13.17), sacrificio espiritual (cf. 1 P 2,5), sacrificio puro (cf. Ml 1,11) y santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza.
Santa y divina liturgia, porque toda la liturgia de la Iglesia encuentra su centro y su expresión más densa en la celebración de este sacramento; en el mismo sentido se la llama también celebración de los santos misterios. Se habla también del Santísimo Sacramento porque es el Sacramento de los Sacramentos. Con este nombre se designan las especies eucarísticas guardadas en el sagrario.
(Todas las citas están tomadas del Catecismo de la Iglesia Católica disponible en línea en el sitio web del Vaticano. https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html)
COMENTARIOS ADICIONALES
Domingo de la Palabra de Dios. Santa Misa. Homilía del Santo Padre Francisco
Basílica de San Pedro. III Domingo del Tiempo Ordinario, 23 de enero de 2022.
"En la primera Lectura y en el Evangelio encontramos dos gestos paralelos: el sacerdote Esdras tomó el libro de la ley de Dios, lo abrió y lo proclamó delante de todo el pueblo; Jesús, en la sinagoga de Nazaret, abrió el volumen de la Sagrada Escritura y leyó un pasaje del profeta Isaías delante de todos. Son dos escenas que nos comunican una realidad fundamental: en el centro de la vida del pueblo santo de Dios y del camino de la fe no estamos nosotros, con nuestras palabras; en el centro está Dios con su Palabra.
Todo comenzó con la Palabra que Dios nos dirigió. En Cristo, su Palabra eterna, el Padre «nos eligió antes de la creación del mundo» (Ef 1,4). Con su Palabra creó el universo: «Él lo dijo y así sucedió» (Sal 33,9). Desde la antigüedad nos habló por medio de los profetas (cf. Hb 1,1); por último, en la plenitud del tiempo, nos envió su misma Palabra, el Hijo unigénito (cf. Ga 4,4). Por esto, al finalizar la lectura de Isaías, Jesús en el Evangelio anuncia algo inaudito: «Esta lectura se ha cumplido hoy» (Lc 4,21). Se ha cumplido; la Palabra de Dios ya no es una promesa, sino que se ha realizado. En Jesús se hizo carne. Por obra del Espíritu Santo habitó entre nosotros y quiere hacernos su morada, para colmar nuestras expectativas y sanar nuestras heridas.
Hermanas y hermanos, tengamos la mirada fija en Jesús, como la gente en la sinagoga de Nazaret (cf. v. 20), —lo miraban, era uno de ellos: ¿qué novedad? ¿qué hará éste, del que tanto se habla?— y acojamos su Palabra. Meditemos hoy dos aspectos de ella que están unidos entre sí: la Palabra revela a Dios y la Palabra nos lleva al hombre. Ella esta al centro, revela a Dios y nos lleva al hombre.
En primer lugar, la Palabra revela a Dios. Jesús, al comienzo de su misión, comentando ese pasaje específico del profeta Isaías, anuncia una opción concreta: ha venido para liberar a los pobres y oprimidos (cf. v. 18). De este modo, precisamente por medio de las Escrituras, nos revela el rostro de Dios como el de Aquel que se hace cargo de nuestra pobreza y le preocupa nuestro destino. No es un tirano que se encierra en el cielo, esa es una fea imagen de Dios, sino un Padre que sigue nuestros pasos. No es un frío observador indiferente e imperturbable, un Dios “matemático”. Es el Dios con nosotros, que se apasiona con nuestra vida y se identifica hasta llorar nuestras mismas lágrimas. No es un dios neutral e indiferente, sino el Espíritu amante del hombre, que nos defiende, nos aconseja, toma partido a nuestro favor, se involucra y se compromete con nuestro dolor. Siempre está presente allí. Esta es «la buena noticia» (v. 18) que Jesús proclama ante la mirada sorprendida de todos: Dios es cercano y quiere cuidar de mí, de ti, de todos. Y este es el modo de tratar de Dios: la cercanía. Él se define a sí mismo de esta manera; dice al pueblo, en Deuteronomio: «¿Cuál es la gran nación que tenga dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, cuando lo invocamos?» (cf. Dt 4,7). Él es un Dios cercano, compasivo y tierno, quiere aliviarte de las cargas que te aplastan, quiere caldear el frío de tus inviernos, quiere iluminar tus días oscuros, quiere sostener tus pasos inciertos. Y lo hace con su Palabra, con la que te habla para volver a encender la esperanza en medio de las cenizas de tus miedos, para hacer que vuelvas a encontrar la alegría en los laberintos de tus tristezas, para llenar de esperanza la amargura de tus soledades. Él te hace caminar, no dentro de un laberinto, más bien por el camino, para encontrarlo cada día.
Hermanos, hermanas, preguntémonos: ¿llevamos en el corazón esta imagen liberadora de Dios, del Dios cercano, compasivo y tierno o pensamos que sea un juez riguroso, un rígido aduanero de nuestra vida? ¿Nuestra fe genera esperanza y alegría o me pregunto si entre nosotros está todavía determinada por el miedo? ¿Qué rostro de Dios anunciamos en la Iglesia, el Salvador que libera y cura o el Dios Temible que aplasta bajo los sentimientos de culpa? Para convertirnos al Dios verdadero, Jesús nos indica de dónde debemos partir: de la Palabra. Ella, contándonos la historia del amor que Dios tiene por nosotros, nos libera de los miedos y de los conceptos erróneos sobre Él, que apagan la alegría de la fe. La Palabra derriba los falsos ídolos, desenmascara nuestras proyecciones, destruye las representaciones demasiado humanas de Dios y nos muestra su rostro verdadero, su misericordia. La Palabra de Dios nutre y renueva la fe, ¡volvamos a ponerla en el centro de la oración y de la vida espiritual! Al centro la Palabra que nos revela como es Dios y nos hace cercanos a Él.
Y ahora, el segundo aspecto: la Palabra nos lleva al hombre. Justamente cuando descubrimos que Dios es amor compasivo, vencemos la tentación de encerrarnos en una religiosidad sacra, que se reduce a un culto exterior, que no toca ni transforma la vida. Esta es idolatría, escondida y refinada, pero idolatría al fin. La Palabra nos impulsa a salir fuera de nosotros mismos para ponernos en camino al encuentro de los hermanos con la única fuerza humilde del amor liberador de Dios. En la sinagoga de Nazaret Jesús nos revela precisamente esto: Él es enviado para ir al encuentro de los pobres - que somos todos nosotros - y liberarlos. No vino a entregar una serie de normas o a oficiar alguna ceremonia religiosa, sino que descendió a las calles del mundo para encontrarse con la humanidad herida, para acariciar los rostros marcados por el sufrimiento, para sanar los corazones quebrantados, para liberarnos de las cadenas que nos aprisionan el alma. De este modo nos revela cuál es el culto que más agrada a Dios: hacernos cargo del prójimo. Volvamos sobre esto. En el momento en el que en la Iglesia están las tentaciones de la rigidez, que es una perversión, y se cree que encontrar a Dios es hacerse más rígido, con más normas, las cosas justas, las cosas claras… no es así. Cuando nosotros veremos propuestas rígidas, inmediatamente pensemos: esto es un ídolo, no es Dios, nuestro Dios no es así.
Hermanas y hermanos, la rigidez no nos cambia solo nos esconde, la Palabra de Dios nos cambia. Y lo hace penetrando en el alma como una espada (cf. Hb 4,12). Porque, si por una parte consuela, revelándonos el rostro de Dios, por otra parte provoca y sacude, mostrándonos nuestras contradicciones y poniéndonos en crisis. No nos deja tranquilos, si quien paga el precio de esta tranquilidad es un mundo desgarrado por la injusticia y el hambre, y quienes sufren las consecuencias son siempre los más débiles. Siempre pagan los más débiles. La Palabra pone en crisis esas justificaciones nuestras que siempre hacen depender aquello que no funciona del otro o de los otros. Cuánto dolor sentimos al ver morir en el mar a nuestros hermanos y hermanas porque no los dejan desembarcar. Y esto lo hacen algunos en nombre de Dios. La Palabra de Dios nos invita a salir al descubierto, a no escondernos detrás de la complejidad de los problemas, detrás del “no hay nada que hacer” o del “¿qué puedo hacer yo?” o del “es un problema de ellos o de él”. Nos exhorta a actuar, a unir el culto a Dios y el cuidado del hombre. Porque la Sagrada Escritura no nos ha sido dada para entretenernos, para mimarnos en una espiritualidad angélica, sino para salir al encuentro de los demás y acercarnos a sus heridas. Hablé de rigidez, de ese pelagianismo moderno, que es una de las tentaciones de la Iglesia. Y buscar una espiritualidad angélica, es la otra tentación de hoy: los movimientos espirituales gnósticos, el gnosticismo, que te ofrece una Palabra de Dios que te pone “en órbita” y no te deja tocar la realidad. La Palabra que se ha hecho carne (cf. Jn 1,14) quiere encarnarse en nosotros. No nos aleja de la vida, sino que nos introduce en la vida, en las situaciones de todos los días, en la escucha de los sufrimientos de los hermanos, del grito de los pobres, de la violencia y las injusticias que hieren la sociedad y el planeta, para no ser cristianos indiferentes sino laboriosos, cristianos creativos, cristianos proféticos.
«Esta lectura que acaban de oír - dice Jesús - se ha cumplido hoy» (Lc 4,21). La Palabra quiere encarnarse hoy, en el tiempo que vivimos, no en un futuro ideal. Una mística francesa del siglo pasado, que eligió vivir el Evangelio en las periferias, escribió que la Palabra del Señor no es «“letra muerta”, sino espíritu y vida. […] Las condiciones de la escucha que reclama de nosotros la Palabra del Señor son las de nuestro “hoy”: las circunstancias de nuestra vida cotidiana y las necesidades de nuestro prójimo» (M. Delbrêl, La alegría de creer, Sal Terrae, Santander 1997, 242-243).Entonces, preguntémonos: ¿queremos imitar a Jesús, ser ministros de liberación y de consolación para los demás poniendo en práctica la Palabra? ¿Somos una Iglesia dócil a la Palabra; una Iglesia con capacidad de escuchar a los demás, que se compromete a tender la mano para aliviar a los hermanos y las hermanas de aquello que los oprime, para desatar los nudos de los temores, liberar a los más frágiles de las prisiones de la pobreza, del cansancio interior y de la tristeza que apaga la vida? ¿Queremos esto?
En esta celebración, algunos de nuestros hermanos y hermanas son instituidos lectores y catequistas. Están llamados a la tarea importante de servir el Evangelio de Jesús, de anunciarlo para que su consuelo, su alegría y su liberación lleguen a todos. Esta es también la misión de cada uno de nosotros: ser anunciadores creíbles, ser profetas de la Palabra en el mundo. Por eso, apasionémonos por la Sagrada Escritura. Dejémonos escrutar interiormente por la Palabra de Dios, que revela la novedad de Dios y nos lleva a amar a los demás sin cansarse. ¡Volvamos a poner la Palabra de Dios en el centro de la pastoral y de la vida de la Iglesia! Así nos libraremos de todo pelagianismo rígido, de toda rigidez, y nos libraremos también de la ilusión de una espiritualidad que nos pone "en órbita" sin cuidar de nuestros hermanos y hermanas. Volvamos a poner la Palabra de Dios en el centro de la pastoral y de la vida de la Iglesia. Escuchémosla, recemos con ella, pongámosla en práctica."
(Tomado del sitio web del Vaticano. Accesado el 17 de marzo de 2022. https://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2022/documents/20220123_omelia-domenicadellaparoladidio.html)