Día 28: Dios revela su nombre
Evento clave 16: La zarza ardiente (Éxodo 3 1-6 30)
Dios se aparece a Moisés en la zarza ardiente, donde Moisés le pregunta al Señor su nombre. Él responde, “Yo soy el que soy” y revela su nombre Yahvé, el cual está relacionado con el verbo hebreo que significa “ser”. El Dios de Israel no es una simple deidad local, sino el que es desde toda la eternidad y quien mantiene todas las cosas en existencia.
INTRODUCCIÓN
Estaremos descubriendo hoy algo muy interesante. Empieza la historia de nuestra salvación y con esto hemos escuchado el nacimiento de Moisés, como fue adoptado. Pero hoy, veremos cuál es el plan de Dios para rescatar a Israel y como Dios empieza a manifestarse de una manera muy interesante en la zarza ardiente. Pero no sólo se manifiesta, sino que por primera vez vamos a saber cómo se llama Dios. Nos va a decir: “Yo soy el que soy, Yahvé”. Así que ese es el nombre en hebreo, nosotros lo podemos traducir como Señor, pero este Señor va a darle un encargo a Moisés- Le dice: “oye tú escapaste del faraón, cometiste un error, pero ahora tienes que regresar a Egipto porque tienes una misión y tu misión es liberar a Israel de la esclavitud. No te preocupes porque te voy hacer una promesa y la promesa es que yo estaré contigo”. Gran día el que nos espera. Hoy estaremos leyendo Éxodo capítulo 3, también estaremos leyendo Levítico capítulo 2 y 3 y el Salmo 45. Este es el día 28.
ORACIÓN INICIAL
Por supuesto, pongámonos en la presencia de Dios. Padre amoroso y misericordioso, Tú qué haces elocuente la lengua de los niños, educa también la mía e infunde en mis labios la gracia de tu bendición. Padre, Hijo y Espíritu Santo. A ti te invito para que pidas el Espíritu Santo para que Éste abra nuestras mentes, para que abra nuestro corazón y para que podamos gozar hoy de la Palabra de Dios.
PUNTOS CLAVES
Estamos en el Éxodo en este caminar y ayer veíamos como Moisés se encontraba cuidando el rebaño de su suegro. Está en el monte Horeb. Ahora vemos como Dios se aparece, como lo llama de una zarza que arde y esta zarza no se consume. Dios llamando siempre a alguien. Así que vamos a considerar este mensaje que hoy Dios nos transmite.
Algo ha sucedido con Moisés, hace unos años atrás leíamos que salió y vio la injusticia contra su pueblo, contra sus hermanos y estaba dispuesto a liberar a sus hermanos. Era presumido, era arrogante y mató a un egipcio. Él piensa que de esta manera va a liberar a los suyos de todo su sufrimiento y él pensó que, tal vez, esa acción iba a ser comprendida, que con sus propios medios él podía traer la liberación. Sin embargo, rápidamente descubre que esto no es posible. Y se va a un lugar lejano, se va al desierto. Allí es cuando Dios lo toma y él sin saberlo empieza a ser preparado por Dios. Lo empieza a hacer adecuado para la gran tarea que va a venir para él. Sin darse cuenta, era débil, pero Dios lo empieza a hacer fuerte. Lo empieza a preparar para que venga a traer la liberación a Israel.
Hoy Moisés es llamado a esta tarea y dice: ”pero, ¿quién soy yo, que es lo que me estás pidiendo?”. Precisamente es la manera como a veces nosotros le respondemos a Dios, nos sentimos débiles e inseguros. Se nos olvida que cuando Él nos escoge Él nos va preparando y nos va enseñando el camino.
Hay muchas frases célebres en estos días, muchos memes que dicen “Señor sabemos que le das las mejores batallas a tus mejores guerreros, pero por favor cámbiame esta batalla”. No, no tengas miedo a la batalla. El señor nos va preparando, nos va alistando. Hoy tanto Moisés como cada uno de nosotros debemos estar preparados, porque sin lugar a dudas, podemos cometer errores cuando ponemos la confianza en nuestras fuerzas y se nos olvida que nuestra confianza tiene que estar hoy en el Señor. Por eso hemos visto, como el nombre de Dios, “Yo soy el que Soy”, el Señor, se nos entrega de manera exclusiva hoy. Porque Dios existe, nunca deja de ser. Me encanta el verbo ser, que siempre es, que siempre ha sido y que siempre será. Así que hoy empezamos a ver cómo se cumple la promesa que Dios le hizo a José, al hijo de Jacob, que le decía “no te preocupes, porque yo mismo sacaré a nuestro pueblo de esta tierra”. Dios se le había aparecido a Abraham, a Isaac y Jacob y hoy es ese mismo Dios que se le está apareciendo y enviando a Moisés. Le dice “ve a los Israelitas, ve a este pueblo y cuéntales que les ha llegado la liberación”. Es el tiempo de alegría y los ancianos tienen que presentarse ante el faraón y pedir permiso para salir de viaje por el desierto durante tres días. Esos mismos tres días que nos van a recordar más adelante cuando nos hablan de que Jesús estuvo tres días en la tumba, antes de liberarnos. Hoy hay intenciones de comunicación con el faraón y lo quiere hacer con delicadeza. Los Israelitas tienen planes, pero no saben que Dios ya ha planteado el plan de salvación.
Hoy vemos que Moisés tiene miedo de que el faraón se niegue a permitir que los Israelitas salgan, que va a haber una negativa, tal vez radical pero Dios le dice a Moisés “no temas yo estaré contigo”. Hoy, podemos descubrir varias cosas en la vida de Moisés. Hay incredulidad. Tal vez le falta también elocuencia. Tal vez las dos cosas nos faltan a nosotros, no tenemos la fe suficiente y tal vez no tenemos las palabras adecuadas para hablar con Dios y aunque Moisés pone muchas objeciones, Dios le da señales milagrosas y las estaremos viendo tal vez mañana de una manera más explícita. Grandes cosas que van a pasar, grandes milagros que va a poder hacer este hombre. Así que no me quiero adelantar y quiero decirles que hoy Moisés tuvo que regresar a Egipto. ¡Qué manera maravillosa de actuar de Dios! A veces tenemos que volver sobre nuestros pasos para recuperar y saltar los obstáculos que estaban en nuestro camino. Dios siempre tiene una respuesta para nosotros y su respuesta es de liberación y de victoria. Así que no tengas miedo de volver a tus propias fallas, de encontrarte con ellas, porque con Dios siempre hay victoria. Es lo que veíamos hoy en el Salmo, que se preparan para la gran entrega al Dios que todo lo puede, que tenemos que engalanarnos para Él. Por eso el libro de Levítico nos dice "ofrezcan a Dios", pero ofrécele lo que sirve, ofrécele lo mejor, ofrécele a Dios con un corazón abierto. ¿Qué le vas ofrecer tú a Dios hoy? Hoy que puedes regresar a aquello que te causó dolor, aquello que te hizo daño, aquello que no ha funcionado, aquello que necesitas que Dios arregle, a esas cadenas que tienes que reventar en tu vida porque sigues siendo esclavo de una relación tóxica, de un vicio, de algún rencor, de algo que tienes que liberarte hoy. ¿Cómo te vas a presentar ante Dios? Le vas a decir tengo miedo, no soy capaz, o vas a decir Señor quiero ser como Moisés, quiero perder ese miedo. Quiero poder tener la capacidad de regresar y descubrir que Tú eres, que siempre has sido y que nunca me has abandonado.
ORACIÓN FINAL
Padre de amor y misericordia, gracias por esta oportunidad que nos das de encontrarte en nuestras vidas. De saber que esta historia de salvación no es ajena a nosotros, sino que cada día nos muestras que tú siempre habías querido liberarnos y que tal vez nosotros no nos habíamos acercado a ti lo suficiente. Que hoy, podamos retomar nuestro camino, que veamos nuestro corazón ardiente. Tal vez no veremos la zarza ardiente, pero te podemos sentir. Podemos sentir ese fuego en nuestro corazón. Podemos sentir que una vez más está ese fuego encendido en nuestra mente. Porque tal vez sentíamos que no merecíamos nada, nos alejamos de ti, como Moisés se alejó y como se quiso hacer lo más lejos posible. Sin saber que tú lo estabas preparando y llevando de la mano. Así que hoy Señor transforma nuestras vidas, danos la perseverancia, danos el coraje y enséñanos que no somos nosotros los que hacemos la obra, sino que eres Tú quien nos va a decir “Aquí estoy, aquí estaré y nunca los voy a abandonar porque estoy a tu lado”. Antes de despedirme quisiera pedirles a ustedes que por favor oren por mí, que yo pueda ser fiel a este ministerio que se me ha confiado, que pueda vivir con fe lo que leemos, lo que compartimos. Que pueda enseñar siempre la verdad y que pueda cumplir lo que he enseñado y que la bendición de Dios todopoderoso que es Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre cada uno de ustedes y los acompañe siempre.
PARA MEDITAR
¿Qué le vas ofrecer tú a Dios hoy? Trae en oración ante el Señor aquello que te causó dolor, que te hizo daño, aquello que no ha funcionado, aquello que necesitas que Dios arregle, esas cadenas que tienes que romper en tu vida porque sigues siendo esclavo de una relación tóxica, de un vicio, de algún rencor, trae ante Dios aquello de lo cual tienes que liberarte hoy.
¿Cómo te vas a presentar ante Dios? Dile si tienes miedo, si te sientes que no eres capaz. Como Moisés, dile al Señor "¡Quiero perder ese miedo! ¡Quiero poder tener la capacidad de regresar y descubrir que Tú eres, que siempre has sido y que nunca me has abandonado!"
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Ex 3, 1-10
2575 También aquí, Dios interviene, el primero. Llama a Moisés desde la zarza ardiendo (cf. Ex 3, 1-10). Este acontecimiento quedará como una de las figuras principales de la oración en la tradición espiritual judía y cristiana. En efecto, si “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” llama a su servidor Moisés, es que él es el Dios vivo que quiere la vida de los hombres. Él se revela para salvarlos, pero no lo hace solo ni contra la voluntad de los hombres: llama a Moisés para enviarlo, para asociarlo a su compasión, a su obra de salvación. Hay como una imploración divina en esta misión, y Moisés, después de debatirse, acomodará su voluntad a la de Dios salvador. Pero en este diálogo en el que Dios se confía, Moisés aprende también a orar: rehúye, objeta, y sobre todo interroga; en respuesta a su petición, el Señor le confía su Nombre inefable que se revelará en sus grandes gestas.
Ex 3, 5-6
208 Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro (cf. Ex 3,5-6) delante de la santidad divina. Ante la gloria del Dios tres veces santo, Isaías exclama: “¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!" (Is 6,5). Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lc 5,8). Pero porque Dios es santo, puede perdonar al hombre que se descubre pecador delante de Él: "No ejecutaré el ardor de mi cólera [...] porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo el Santo" (Os 11,9). El apóstol Juan dirá igualmente: "Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (1 Jn 3,19-20).
Ex 3, 5
2777 En la liturgia romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el Padre Nuestro con una audacia filial; las liturgias orientales usan y desarrollan expresiones análogas: “Atrevernos con toda confianza”, “Haznos dignos de”. Ante la zarza ardiendo, se le dijo a Moisés: “No te acerques aquí. Quita las sandalias de tus pies” (Ex 3, 5). Este umbral de la santidad divina, sólo lo podía franquear Jesús, el que “después de llevar a cabo la purificación de los pecados” (Hb 1, 3), nos introduce en presencia del Padre: “Hénos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio” (Hb 2, 13):
«La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito: “Abbá, Padre” (Rm 8, 15) ... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto?» (San Pedro Crisólogo, Sermón 71, 3).
Ex 3, 6 y Ex 3, 13-15
205 Dios llama a Moisés desde una zarza que arde sin consumirse. Dios dice a Moisés: "Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob" (Ex 3,6). Dios es el Dios de los padres. El que había llamado y guiado a los patriarcas en sus peregrinaciones. Es el Dios fiel y compasivo que se acuerda de ellos y de sus promesas; viene para librar a sus descendientes de la esclavitud. Es el Dios que más allá del espacio y del tiempo lo puede y lo quiere, y que pondrá en obra toda su omnipotencia para este designio.
"Yo soy el que soy"
Moisés dijo a Dios: «Si voy a los hijos de Israel y les digo: "El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros"; cuando me pregunten: "¿Cuál es su nombre?", ¿qué les responderé?» Dijo Dios a Moisés: «Yo soy el que soy». Y añadió: «Así dirás a los hijos de Israel: "Yo soy" me ha enviado a vosotros [...] Este es ni nombre para siempre, por él seré invocado de generación en generación» (Ex 3,13-15).
Ex 3, 6
207 Al revelar su nombre, Dios revela, al mismo tiempo, su fidelidad que es de siempre y para siempre, valedera para el pasado ("Yo soy el Dios de tus padres", Ex 3,6) como para el porvenir ("Yo estaré contigo", Ex 3,12). Dios, que revela su Nombre como "Yo soy”, se revela como el Dios que está siempre allí, presente junto a su pueblo para salvarlo.
Ex 3, 7-10
1867 La tradición catequética recuerda también que existen “pecados que claman al cielo”. Claman al cielo: la sangre de Abel (cf. Gn 4, 10); el pecado de los sodomitas (cf. Gn 18, 20; 19, 13); el clamor del pueblo oprimido en Egipto (cf. Ex 3, 7-10); el lamento del extranjero, de la viuda y el huérfano (cf. Ex 22, 20-22); la injusticia para con el asalariado (cf. Dt 24, 14-15; Jc 5, 4).
Ex 3, 14
446 En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido por Kyrios ["Señor"]. Señor se convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título "Señor" para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cf. 1 Co 2,8).
2666 Pero el Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe en su encarnación: JESÚS. El nombre divino es inefable para los labios humanos (cf. Ex 3, 14; 33, 19-23), pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega y nosotros podemos invocarlo: “Jesús”, “YHVH salva” (cf. Mt 1, 21). El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y de la salvación. Decir “Jesús” es invocarlo desde nuestro propio corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él (cf. Rm 10, 13; Hch 2, 21; 3, 15-16; Ga 2, 20).
2810 En la promesa hecha a Abraham y en el juramento que la acompaña (cf. Hb 6, 13), Dios se compromete a sí mismo sin revelar su Nombre. Empieza a revelarlo a Moisés (cf. Ex 3, 14) y lo manifiesta a los ojos de todo el pueblo salvándolo de los egipcios: “se cubrió de Gloria” (Ex 15, 1). Desde la Alianza del Sinaí, este pueblo es “suyo” y debe ser una “nación santa” (cf. Ex 19, 5-6) (o “consagrada”, que es la misma palabra en hebreo), porque el Nombre de Dios habita en él.