Día 82: Yahvé entrega Jericó a Israel
Evento clave 31: La caída de Jericó (Josué 5 13-6-27)
Los israelitas deberán conquistar Jericó después de caminar alrededor de la ciudad durante siete días en una procesión litúrgica, guiada por sacerdotes que llevarán el Arca de la Alianza. Con esta estratégia poco común, cuando los sacerdotes tocan sus trompetas y el pueblo grita en el séptimo día, los muros de la ciudad se desploman.
INTRODUCCIÓN
Continuamos con el libro de Josué. Hoy es el día 82. El tiempo está volando, pero todo muy lindo. Y, para poder seguir hablando de este libro, ayer veíamos la entrada a la Tierra Prometida. Ya vimos varios libros, por ejemplo, el Génesis que nos mostró cómo nace Israel, el libro del Éxodo cómo Israel es elegido, el libro de Números cómo es la nación que fue probada, Y, ahora, vamos a ver que terminamos el Deuteronomio cuando Moisés instruye a la comunidad. Y hoy con este libro de Josué nos damos cuenta de que se está completando la redención que comenzaba en el Éxodo. Así que, este libro es como el culmen de la redención que se ha empezado con los israelitas desde Egipto. Así que, hoy es la entrada a la Tierra Prometida.
Ya estamos en la Tierra Prometida. Se pasa el Jordán, el arca, como siempre, va adelante y, gracias a que los sacerdotes la llevan, se da otro milagro, algo impresionante, un signo especial, y es que se divide el río. Así como se dividió el mar con Moisés, hoy con Josué se divide el río y el grupo elegido pasa. Podríamos decir que el libro de Josué viene con la idea de que hay que poseer el territorio que Dios nos ha prometido. Creo que es la palabra clave que vamos a utilizar nosotros, pues Dios ha dado un pacto incondicional a Abrahán, a Isaac, a Jacob, a Moisés, ahora a Josué, al pueblo. Pero todo esto depende del pueblo, puede ser una heredad perpetua para ellos. Y Dios va a ser su Dios por siempre, pero para esto se necesita que haya fidelidad. Dios siempre es incondicional con este pueblo, pero el pueblo tiene que demostrarle a Dios que está todo por él. Y, por supuesto, iremos a ver conflictos, que en medio de la conquista de este territorio van a haber batallas tiene que apropiarse de todas las posiciones de este lugar, pero Josué siempre les va a estar diciendo lo mismo: “No se les olvide que la clave para poseerlo todo, para tener esta tierra prometida, es la obediencia a la palabra de Dios", lo cual va a determinar que este pueblo continúe o no en esta tierra.
Así que nos disponemos a seguir. Hoy estaremos leyendo Josué, capítulo 5 al 7 y también el Salmo 125. Este es el día 82 ¡Empecemos!
ORACIÓN INICIAL
Padre de amor y misericordia, Tú que haces elocuente la lengua de los niños, educa también la mía e infunde en mis labios la gracias de tu bendición, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y a ti te invito para que pidas al Espíritu Santo que abra nuestra mente y nuestro corazón para que podamos gozar de la palabra de dios hoy en nuestras vidas.
PUNTOS CLAVES
Continuamos con estas lindas historias que nos trae el libro de Josué, un poco difíciles de entender, un poquito trágicas, por qué no decirlo —claro que sí—. Estamos frente a un tema central, como lo había dicho antes, y es que Josué, como seguidor de Yahvé que ahora está entrando al pueblo, tiene que ayudar al pueblo a que cumpla la promesa que se ha hecho frente a Dios. Hoy vemos al pueblo que va a tomar posesión, que tiene que dar una lucha, pero lo que más me interesa, es que miremos que el pueblo tiene que seguir toda una liturgia, es decir, una organización donde están los sacerdotes, donde está el arca y donde todo tiene que llevar un proceso especial. Pero esto, ¿para qué le sirve al pueblo? Para que entiendan que no son ellos los que están dando la pelea, es Yahvé el que está peleando por ellos. Es muy fácil para nosotros a veces pensar que todo lo que tenemos lo tenemos porque nos lo hemos ganado, porque tenemos la fuerza y se nos olvida que es la fuerza de Dios la que está haciendo todo el trabajo. Por eso, desde ayer veíamos cómo para que el pueblo pueda pasar tienen que llegar los sacerdotes con el arca, deben tocar el agua, y apenas toca el agua, se arma la columna que permite que el pueblo pase a la otra orilla.
Hoy vemos cómo las campañas de conquista están tomando inicio ya sabemos que el que está guiando al pueblo no es realmente Josué, sino es nuestro querido Yahvé. Así que, en este capítulo 6 y capítulo 7 —que hemos visto hoy— tenemos la caída de Jericó. Josué usa ciertas tácticas que son diseñadas por Dios y, si miramos esto, hoy el territorio empieza a dividirse, pero también hay equivocaciones.
Hay personas que deciden desobedecer la voluntad de Dios. Y esto va a traer malestar en el pueblo. Va a traer desaliento. Va a traer cierta tristeza porque los soldados van con todas las ganas de luchar, van con toda la confianza, pero hay alguien que los ha traicionado y es alguien de su propio pueblo quien decide quedarse con el anatema, con lo que no debían quedarse todo. Tenía que ser destruido, pero no fue así, no fue así ¿Cuántos de nosotros no desobedecemos a Dios? ¿Cuántos de nosotros no traemos también muchas veces la desgracia a nuestras familias porque queremos desobedecer en el uso de las drogas, del alcohol, de la pornografía, de la seducción, de tantas cosas Y empezamos a desobedecer y a quedarnos con cosas que pensamos que nos van a hacer bien? Y empezamos a destruir a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestras ciudades, a nuestros hijos, a nuestro trabajo, empezamos a traerlo y empezamos a decir: “¿Por qué se ha dañado mi familia? ¿Por qué se ha dañado esto? ¿Por qué se han dañado las cosas?” Y no nos damos cuenta de que es porque hemos dejado que la impureza entre, que entren cosas que no construyen, sino que vienen a hacer daño.
Hoy vimos una derrota en esta ciudad que nos deja ver cómo el pecado puede controlarnos, cómo con el pecado podemos ser destruidos, aunque hayamos visto la victoria de Jericó se dió ¿Por qué? Porque se obedeció a Dios. Y en Ay se da porque se ha fallado en seguir las instrucciones de Dios. Así que, ¿Cuál es la táctica que tú y yo tenemos que utilizar hoy en nuestra naturaleza humana, para vencer al sistema del mundo, para vencer al sistema de satanás, para vencer a todo lo que nos quiere seducir? No dejar que la condición humana nos domine. Y ¿cuál es ésta? A veces es la codicia, a veces es la debilidad, a veces es la ambición, a veces es el querer apoderarnos de todo, quedarnos con todo. Y se nos olvida que en nuestra vida cristiana, Dios nos pide simplicidad, nos pide que compartamos, que ayudemos al que está necesitado y que le demos a él lo que le corresponde.
Pidamos que el Espíritu Santo llene hoy nuestras vidas, que seamos controlados por él, para que podamos vivir una vida realmente cristiana, una vida entregada a Dios. Que podamos decir que tal vez le hemos fallado a Dios. Así que, hagamos lo que hicieron estos hijos de Israel, ponerse polvo sobre la cabeza, como lo hacíamos el Miércoles de Ceniza, y pedir perdón y seguir adelante y decir Señor: “Señor, queremos dejar atrás lo que no es provechoso, queremos arrancar de raíz nuestros problemas y sabemos que contigo lo podemos hacer. No queremos que nos controle el pecado. Así que, enséñanos a discernir lo que material y espiritualmente es bueno para nosotros, que podamos tomar siempre las decisiones que van de acuerdo con tu voluntad, y no a nuestra ambición, a nuestros deseos de tener más. Y, si hemos fallado, Señor, si nuestro pecado ha sido grande, que Tú nos perdones. Por favor, escucha nuestra oración y enséñanos a no fallarte, a ser fieles para que podamos dar testimonio de Ti”.
ORACIÓN FINAL
Antes de despedirme por favor no se olviden de orar por mi para que siga siendo fiel a este ministerio que se me ha confiado, para que pueda vivir con fe lo que leo y lo que comparto con ustedes, para que pueda enseñar siempre la verdad y para que pueda cumplir lo que he enseñado. Y que la bendición de Dios Todopoderoso que es Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y los acompañe siempre ¡Que Dios los bendiga!
PARA MEDITAR
Utiliza la oración de Fray Sergio para pedirle al Señor que te dé la fuerza para cambiar las cosas que te separan de Dios y que el Señor te dé la gracia de una verdadera contrición de corazón.
Aprovecha este tiempo de Cuaresma para hacer una buena revisión de conciencia y hacer una confesión general, especialmente si has estado lejos del sacramento de la reconciliación.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
La penitencia interior
1430 Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores "el saco y la ceniza", los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia (cf Jl 2,12-13; Is 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18 ).
1431 La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron animi cruciatus (aflicción del espíritu), compunctio cordis (arrepentimiento del corazón) (cf Concilio de Trento: DS 1676-1678; 1705; Catecismo Romano, 2, 5, 4).
1432 El corazón del hombre es torpe y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a Él nuestros corazones: "Conviértenos, Señor, y nos convertiremos" (Lm 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn 19,37; Za 12,10).
«Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo y comprendamos cuán preciosa es a su Padre, porque, habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia del arrepentimiento» (San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios 7, 4).
1456 La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye una parte esencial del sacramento de la Penitencia: "En la confesión, los penitentes deben enumerar todos los pecados mortales de que tienen conciencia tras haberse examinado seriamente, incluso si estos pecados son muy secretos y si han sido cometidos solamente contra los dos últimos mandamientos del Decálogo (cf Ex 20,17; Mt 5,28 ), pues, a veces, estos pecados hieren más gravemente el alma y son más peligrosos que los que han sido cometidos a la vista de todos" (Concilio de Trento: DS 1680):
«Cuando los fieles de Cristo se esfuerzan por confesar todos los pecados que recuerdan, no se puede dudar que están presentando ante la misericordia divina para su perdón todos los pecados que han cometido. "Quienes actúan de otro modo y callan conscientemente algunos pecados, no están presentando ante la bondad divina nada que pueda ser perdonado por mediación del sacerdote. Porque si el enfermo se avergüenza de descubrir su llaga al médico, la medicina no cura lo que ignora" (Concilio de Trento: DS 1680; cf San Jerónimo, Commentarius in Ecclesiasten 10, 11).
COMENTARIOS ADICIONALES
Rito para la reconciliación con la confesión y absolución individual.
Homilía del Santo Padre Francisco. Basílica Vaticana. Viernes 28 de marzo de 2014.
"En el período de la Cuaresma, la Iglesia, en nombre de Dios, renueva la llamada a la conversión. Es la llamada a cambiar de vida. Convertirse no es cuestión de un momento o de un período del año, es un compromiso que dura toda la vida. ¿Quién entre nosotros puede presumir de no ser pecador? Nadie. Todos lo somos. Escribe el apóstol Juan: «Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Pero, si confesamos nuestros pecados, Él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia» (1 Jn 1, 8-9). Es lo que sucede también en esta celebración y en toda esta jornada penitencial. La Palabra de Dios que hemos escuchado nos introduce en dos elementos esenciales de la vida cristiana.
El primero: Revestirnos del hombre nuevo. El hombre nuevo, «creado a imagen de Dios» (Ef 4, 24), nace en el Bautismo, donde se recibe la vida misma de Dios, que nos hace sus hijos y nos incorpora a Cristo y a su Iglesia. Esta vida nueva permite mirar la realidad con ojos distintos, sin dejarse distraer por las cosas que no cuentan y que no pueden durar mucho, por las cosas que se acaban con el tiempo. Por eso estamos llamados a abandonar los comportamientos del pecado y fijar la mirada en lo esencial. «El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene» (Gaudium et spes, 35). He aquí la diferencia entre la vida deformada por el pecado y la vida iluminada de la gracia. Del corazón del hombre renovado según Dios proceden los comportamientos buenos: hablar siempre con verdad y evitar toda mentira; no robar, sino más bien compartir lo que se posee con los demás, especialmente con quien pasa necesidad; no ceder a la ira, al rencor y a la venganza, sino ser dóciles, magnánimos y dispuestos al perdón; no caer en la murmuración que arruina la buena fama de las personas, sino mirar en mayor medida el lado positivo de cada uno. Se trata de revestirnos del hombre nuevo, con estas actitudes nuevas.
El segundo elemento: Permanecer en el amor. El amor de Jesucristo dura para siempre, jamás tendrá fin porque es la vida misma de Dios. Este amor vence el pecado y dona la fuerza de volver a levantarse y recomenzar, porque con el perdón el corazón se renueva y rejuvenece. Todos lo sabemos: nuestro Padre no se cansa jamás de amar y sus ojos no se cansan de mirar el camino que conduce a casa, para ver si regresa el hijo que se marchó y se perdió. Podemos hablar de la esperanza de Dios: nuestro Padre nos espera siempre, no nos deja sólo la puerta abierta, sino que nos espera. Él está implicado en este esperar a los hijos. Y este Padre no se cansa ni siquiera de amar al otro hijo que, incluso permaneciendo siempre en casa con él, no es partícipe, sin embargo, de su misericordia, de su compasión. Dios no está solamente en el origen del amor, sino que en Jesucristo nos llama a imitar su modo mismo de amar: «Como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13, 34). En la medida en que los cristianos viven este amor, se convierten en el mundo en discípulos creíbles de Cristo. El amor no puede soportar el hecho de permanecer encerrado en sí mismo. Por su misma naturaleza es abierto, se difunde y es fecundo, genera siempre nuevo amor."
(Tomado del sitio web del Vaticano. Accesado el 23 de marzo de 2022. https://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2014/documents/papa-francesco_20140328_omelia-liturgia-penitenziale.html)