Día 104: Traición de Judas Iscariote
INTRODUCCIÓN
Jesús da un testimonio público por sus palabras va a ser juzgado, lo van a empezar a perseguir. Jesús está con sus amigos en el Aposento Alto. Jesús empieza por lavar los pies con agua a sus discípulos de forma que a deja de ser el glorioso Dios para convertirse en esclavo que limpia los pies de aquellos a quienes sirve y de esa manera nos da el ejemplo del verdadero servicio, cómo los que estamos en el ministerio, cómo cada uno de los cristianos debe ser verdadero servidor y nos muestra que, cuando hay pies sucios, esto quiere decir que hay una suciedad espiritual en cada creyente.
Dejemos que sea el Señor mismo quien nos lave a través del bautismo con el agua y su sangre, porque morimos y nacemos con Él para una vida eterna. Es en la cruz, con su sangre, de donde recibimos toda la nueva vida en Jesús. Él enseña que cuando lleguemos nosotros a la cruz vamos a ser lavados por completo. Acerquémonos hoy a los pies de Jesús, acerquémonos a su cruz y digámosle: “Señor con tu sangre limpia nuestros pecados. Ayúdanos para que caminemos por este mundo sin contaminarnos, sin ensuciarnos, sino que podamos dejar atrás todo lo que nos aleja de la comunión y del compañerismo. Que podamos, Señor, nosotros también lavarles a otros los pies y restaurarlos en esa comunión contigo”.
En el Aposento Alto, Jesús nos dice que lo principal es que nos amemos los unos a los otros como Él mismo nos ha amado y así el mundo sabrá que somos sus discípulos. Que la gente se dé cuenta que nuestro testimonio es del amar sin tener ningún límite; que no dejemos que nos controlen nuestras debilidades, sino que nos hagamos cada día más fuertes en el Señor que nos dijo que iba a preparar un lugar para que nosotros estuviéramos con Él.
Jesús nos ha prometido que no nos dejará huérfanos y que nos enviará su Espíritu Santo. ¿Estás listo para recibir este Espíritu para seguir caminando con Jesús?
Hoy leemos Juan, capítulos 16 al 18; Proverbios, capítulo 6, del 12 al 15. Este es el día 104.
PUNTOS CLAVES
Antes de ir a la cruz, Jesús nos da su identidad clarísima y dice: “Yo he salido del Padre y he venido al mundo. Y ahora tengo que dejar atrás el mundo y regresar a aquel de donde salí, al Padre”.
La cruz no es el fin, la cruz es ese es el lugar donde se da el paso a la victoria, donde llega el final de lo que es el pecado.
Tenemos que estar preparados siempre para dar ese paso, esa pascua definitiva de salir vencedores ante el pecado y de tener victoria en Cristo, en quien siempre hay victoria.
Jesús hablaba muy claro con sus discípulos y dice: “Miren, yo quiero que ustedes estén en paz, confiados, porque voy a vencer al mundo”.
Él dice que nos va a dar ese Espíritu Santo para que complete las enseñanzas que Él inició, para que sea el Espíritu Santo el que ilumine nuestras mentes, nuestra vida. Es el Espíritu Santo el que obra en nuestros corazones, en nuestras conciencias, el que nos ayuda contra nuestra incredulidad y que nos va ayudando a ver con claridad dónde está la justicia y cómo va a ir el pecado.
En el capítulo 17 de Juan encontramos a Jesús orando. Hace 2000 años Él ya está orando por nosotros, actúa como ese sacerdote supremo que ora por su pueblo y comienza expresando el deseo de hacer siempre la voluntad del Padre para que Él sea glorificado. Es por eso que Él va a entregarse a la muerte en cruz para que el Padre sea glorificado y pide al Padre que lo exalte a esa gloria que tenía antes de que existiera el mundo.
Jesús ora por sus discípulos, por los que Él sabe que se van a manifestar su nombre y queremos saber cómo él va orando para cada uno de nosotros y también antes de ser arrestado y llevado a la cruz. En su oración, Dios mismo, Jesús mismo, la Santísima Trinidad misma están allí y están las palabras de Jesús pidiendo por la unidad de los creyentes, para que seamos uno como el Padre y el Hijo son.
Que podamos llegar a esa unidad Trinitaria para que nosotros seamos santificados en la verdad del Señor, porque la palabra del Señor es verdad y hoy Jesús pide para que nosotros lleguemos a esa perfecta comunión.
Después de haber orado, llega el momento cruel del arresto de Jesús. Llega uno de sus discípulos, Judas —el que lo va a traicionar—. El Señor da un paso al frente y, de manera majestuosa, dice: “Miren, aquí estoy yo, ¿A quién buscan? Yo soy el que buscan”. Estos hombres retroceden y caen en tierra. De esta manera la divinidad de Jesús sale adelante.
Jesús intercede por sus discípulos y dice: “Miren, ustedes me buscan a mí”. Él quiere que sus discípulos estén libres, no quiere que vayan presos con Él. Él sabe que tiene que beber la copa que el Padre le ha dado. Y esta copa es la copa de salvación.
Vemos a Jesús en un juicio bastante difícil y, mientras Él está siendo juzgado, Pedro lo está negando. Tal vez Pedro pensó que era muy fuerte y no se ha dado cuenta que era realmente muy débil. Pero después esto va a cambiar.
Pilato hoy está juzgando al Señor. Se da cuenta de que es un hombre inocente, pero la autoridad judía está presionando y deja en libertad a Barrabás y queda Jesús en prisión.
¿Cuántas veces se nos ha olvidado a nosotros que el Señor lo entregó todo por ti y por mí, que Él lo hizo posible, para que tú y yo podamos llamarnos hermanos, porque Él oró por nuestra unidad? Tú y yo luchamos por la salvación porque él se subió al madero de la cruz y se entregó por nosotros.
Este evangelio de san Juan es como un bálsamo refrescante en medio de toda la violencia que hemos visto en el Antiguo Testamento, pero donde nos encontramos a un Dios que es fiel, que es amoroso, que guía a su pueblo y que nos va mostrando el camino a seguir.
Pidamos al Señor que ese Paráclito —que se nos prometió a través de Jesús— venga a nosotros, que nos acompañe, que tú y yo también podamos subir a la cruz y entregar allí nuestros pecados y decir al Señor: “Tómalos, te los entregamos, no los queremos cargar más. Queremos dejar ese hombre viejo atrás y resucitar contigo para una vida nueva”.
ORACIÓN FINAL DE Fr. SERGIO
"Queridos amigos, como todos los días, antes de despedirme quiero siempre pedirles que ustedes oren por mí. Por favor, oren por mí para que sea fiel a este ministerio que se me ha confiado, para que pueda vivir con fe todo lo que leo y lo que comparto con cada uno de ustedes, para que pueda enseñar siempre la verdad y para que pueda cumplir lo que he enseñado y que la bendición de Dios Todopoderoso que es Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre cada uno de ustedes y los acompañe siempre. Que Dios los bendiga."
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Jn 16, 4-15
729 Solamente cuando ha llegado la hora en que va a ser glorificado Jesús promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres (cf. Jn 14, 16-17. 26; 15, 26; 16, 7-15; 17, 26): El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque él ha salido del Padre. El Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de Él; nos conducirá a la verdad completa y glorificará a Cristo. En cuanto al mundo, lo acusará en materia de pecado, de justicia y de juicio.
2615 Más todavía, lo que el Padre nos da cuando nuestra oración está unida a la de Jesús, es “otro Paráclito, [...] para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad” (Jn 14, 16-17). Esta novedad de la oración y de sus condiciones aparece en todo el discurso de despedida (cf Jn 14, 23-26; 15, 7. 16; 16, 13-15; 16, 23-27). En el Espíritu Santo, la oración cristiana es comunión de amor con el Padre, no solamente por medio de Cristo, sino también en Él: “Hasta ahora nada le habéis pedido en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea perfecto” (Jn 16, 24).
Jn 17
2746 Cuando ha llegado su hora, Jesús ora al Padre (cf Jn 17). Su oración, la más larga transmitida por el Evangelio, abarca toda la Economía de la creación y de la salvación, así como su Muerte y su Resurrección. Al igual que la Pascua de Jesús, sucedida “una vez por todas”, permanece siempre actual, de la misma manera la oración de la Hora de Jesús sigue presente en la Liturgia de la Iglesia.
2750 Si en el Santo Nombre de Jesús, nos ponemos a orar, podemos recibir en toda su hondura la oración que Él nos enseña: “¡Padre Nuestro!”. La oración sacerdotal de Jesús inspira, desde dentro, las grandes peticiones del Padre Nuestro: la preocupación por el Nombre del Padre (cf Jn 17, 6. 11. 12. 26), el deseo de su Reino (la gloria; cf Jn 17, 1. 5. 10. 24. 23-26), el cumplimiento de la voluntad del Padre, de su designio de salvación (cf Jn 17, 2. 4 .6. 9. 11. 12. 24) y la liberación del mal (cf Jn 17, 15).
Jn 7, 21-23
260 El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama —dice el Señor— guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).
«Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora» (Beata Isabel de la Trinidad, Oración)
(Todas las citas están tomadas del Catecismo de la Iglesia Católica disponible en línea en el sitio web del Vaticano. https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html)