Día 118: David se alía con los filisteos
INTRODUCCIÓN
Ayer vimos cómo David y Abisay entraron en el campamento de Saúl. Inspeccionan todo. Todo el mundo dormido. La gente que cuida al rey está profundamente dormida. El mismo rey ni se da cuenta de que David y su otro soldado están tan cerca de él que toman su lanza, su jarro. David tiene en su poder el quitarle la vida a Saúl, pero lo respeta. No puede atentar contra el ungido de Yahvé.
David se aparta al otro lado del campamento de Saúl y desde allí le grita al general que está encargado de cuidar a Saúl, lo pone en ridículo. Le está diciendo que su rey pudo haber sido asesinado y que él dormía muy plácidamente. Le pregunta dónde está la lanza y la jarra de agua que Saúl usa. Todos se dan cuenta de que no están. Podemos imaginarnos el miedo que sintió Saúl, la desilusión de la seguridad que tienen sus hombres hacia él. Pero David sabe que no puede matar al rey porque Dios va a ocuparse de este asunto. Dios siempre se encarga de los problemas de sus elegidos.
Es fácil criticar a David por no haber tomado venganza, pero está haciendo la voluntad de Dios. ¿Cuántos de nosotros dejamos que Dios se encargue de nuestros enemigos, o preferimos tomar venganza? ¿Cómo podemos decirle al Señor que se encargue de cada una de las situaciones y que nosotros podamos vivir con fe sabiendo que el Señor hará su justicia, que vamos a confiar en él?
A Saúl no le queda otra que admitir que está equivocado y decide parar la persecución contra David. Pero sabemos que este alivio es momentáneo. Saúl sube y baja en su estado anímico, cambia de idea a cada momento. Pero David ya se está cansando y empieza a huir una y otra vez. Se refugia en cuevas y hoy en el desierto.
Veremos qué pasa ahora que David se va a retirar hacia el país filisteo. Veremos cómo se van a dar grandes conflictos para que salga adelante David, para que su nombre sea recordado.
Hoy vamos a leer 1 Samuel, capítulos 27 y 28 y el Salmo 34. Este es el día 118.
PUNTOS CLAVE
David se ha retirado al país filisteo y parece que Saúl siente un descanso, sabe que ya David se ha ido para Gad que está en la tierra de los filisteos y deja de buscarlos.
Vemos que David empieza a desviar su vida. Al desconfiar de Dios, empieza a irse para donde Dios no le ha pedido que se vaya. Pareciera que David está perdiendo la fe ¿qué podríamos pensar nosotros en este momento? Tal vez le está pasando lo mismo que a Abraham, a Isaac y Jacob.
Llegan momentos de duda en nuestras vidas, a veces nuestra fe parece desvanecerse cuando los problemas nos acechan una y otra vez, cuando vienen persecuciones, cuando vienen más problemas. Y parece que todos los que nos tratamos de acercar a Dios, que tratamos de servir a él, tenemos estos periodos de un bajo nivel de vida espiritual, de un bajo nivel de fe. Nada diferente a tu vida o a la mía.
A veces hemos tenido bajones en nuestra fe. Pero, este capítulo sin lugar a dudas nos trae el mensaje de que en los problemas que enfrentamos a diario, aunque estemos pasando por el día oscuro, por el momento en que parece que nuestros problemas nos consumen, que no encontramos la luz, una solución., no somos los únicos. Ya muchos han pasado por ese camino de dudar de Dios, porque han tenido miedo de la oscuridad. Hoy David no es la excepción. Tú y yo hemos caminado por este mismo sendero que David está pasando. Esta es una razón para saber que David es un ejemplo para nuestra vida cristiana. Él ha fallado, ha pasado por momentos de huir, de crisis, de fallarle a Dios, y Dios no lo abandona, está siempre con él. Dios trata de animarlo, aunque David está haciendo lo que Dios no le ha pedido, Dios no lo abandona a él.
Vamos a seguir analizando cómo Dios no solo actúa en la vida de David sino en la vida de cada uno de nosotros, cómo misteriosamente David empieza a hacer cosas que Dios no le ha pedido, pero Dios empieza a guiarlo nuevamente hacia el camino que debe seguir.
Pidámosle hoy al Señor, que, aunque nos hayamos alejado el camino que nos ha trazado, que, aunque ha llegado tal vez el momento de duda, de desconfianza, que no se aparte de nosotros, que nos guíe, que nos muestre qué es lo correcto, qué es lo que debemos hacer, que, aunque el miedo se haya apoderado de nuestras vidas porque las cosas no se están dando como lo soñamos, como lo pensamos, como creíamos que iba a ser, que nuestra confianza esté puesta en el Señor.
Digámosle al Señor que no se haga nuestra voluntad sino la suya. Jesús también tuvo una noche oscura ¿Cuántas veces tú y yo no hemos querido abandonar ese cáliz de la duda, del sufrimiento, del dolor, de la tristeza? Que tu confianza, que la mía, que la confianza de todos aquellos que están pasando por momentos difíciles, no se separen del Señor.
ORACIÓN FINAL DE Fr. SERGIO
"Y antes de despedirme por favor oren por mí, para que sea fiel a este ministerio de compartir la palabra a diario con ustedes, para que pueda vivir con fe lo que leo, lo que comparto, para que pueda enseñar siempre la verdad y para que yo también pueda cumplir lo enseñado. Y que la bendición de Dios Todopoderoso que es Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y los acompañe siempre. ¡Que Dios los bendiga!"
COMENTARIOS ADICIONALES
Papa Francisco. Audiencia General. Plaza de San Pedro. Miércoles 11 de junio de 2014.
"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El don del temor de Dios, del cual hablamos hoy, concluye la serie de los siete dones del Espíritu Santo. No significa tener miedo de Dios: sabemos bien que Dios es Padre, y que nos ama y quiere nuestra salvación, y siempre perdona, siempre; por lo cual no hay motivo para tener miedo de Él. El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda cuán pequeños somos ante Dios y su amor, y que nuestro bien está en abandonarnos con humildad, con respeto y confianza en sus manos. Esto es el temor de Dios: el abandono en la bondad de nuestro Padre que nos quiere mucho.
Cuando el Espíritu Santo entra en nuestro corazón, nos infunde consuelo y paz, y nos lleva a sentirnos tal como somos, es decir, pequeños, con esa actitud —tan recomendada por Jesús en el Evangelio— de quien pone todas sus preocupaciones y sus expectativas en Dios y se siente envuelto y sostenido por su calor y su protección, precisamente como un niño con su papá. Esto hace el Espíritu Santo en nuestro corazón: nos hace sentir como niños en los brazos de nuestro papá. En este sentido, entonces, comprendemos bien cómo el temor de Dios adquiere en nosotros la forma de la docilidad, del reconocimiento y de la alabanza, llenando nuestro corazón de esperanza. Muchas veces, en efecto, no logramos captar el designio de Dios, y nos damos cuenta de que no somos capaces de asegurarnos por nosotros mismos la felicidad y la vida eterna. Sin embargo, es precisamente en la experiencia de nuestros límites y de nuestra pobreza donde el Espíritu nos conforta y nos hace percibir que la única cosa importante es dejarnos conducir por Jesús a los brazos de su Padre.
He aquí por qué tenemos tanta necesidad de este don del Espíritu Santo. El temor de Dios nos hace tomar conciencia de que todo viene de la gracia y que nuestra verdadera fuerza está únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el Padre pueda derramar sobre nosotros su bondad y su misericordia. Abrir el corazón, para que la bondad y la misericordia de Dios vengan a nosotros. Esto hace el Espíritu Santo con el don del temor de Dios: abre los corazones. Corazón abierto a fin de que el perdón, la misericordia, la bondad, la caricia del Padre vengan a nosotros, porque nosotros somos hijos infinitamente amados.
Cuando estamos invadidos por el temor de Dios, entonces estamos predispuestos a seguir al Señor con humildad, docilidad y obediencia. Esto, sin embargo, no con actitud resignada y pasiva, incluso quejumbrosa, sino con el estupor y la alegría de un hijo que se ve servido y amado por el Padre. El temor de Dios, por lo tanto, no hace de nosotros cristianos tímidos, sumisos, sino que genera en nosotros valentía y fuerza. Es un don que hace de nosotros cristianos convencidos, entusiastas, que no permanecen sometidos al Señor por miedo, sino porque son movidos y conquistados por su amor. Ser conquistados por el amor de Dios. Y esto es algo hermoso. Dejarnos conquistar por este amor de papá, que nos quiere mucho, nos ama con todo su corazón.
Pero, atención, porque el don de Dios, el don del temor de Dios es también una «alarma» ante la pertinacia en el pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando blasfema contra Dios, cuando explota a los demás, cuando los tiraniza, cuando vive sólo para el dinero, para la vanidad, o el poder, o el orgullo, entonces el santo temor de Dios nos pone en alerta: ¡atención! Con todo este poder, con todo este dinero, con todo tu orgullo, con toda tu vanidad, no serás feliz. Nadie puede llevar consigo al más allá ni el dinero, ni el poder, ni la vanidad, ni el orgullo. ¡Nada! Sólo podemos llevar el amor que Dios Padre nos da, las caricias de Dios, aceptadas y recibidas por nosotros con amor. Y podemos llevar lo que hemos hecho por los demás. Atención en no poner la esperanza en el dinero, en el orgullo, en el poder, en la vanidad, porque todo esto no puede prometernos nada bueno. Pienso, por ejemplo, en las personas que tienen responsabilidad sobre otros y se dejan corromper. ¿Pensáis que una persona corrupta será feliz en el más allá? No, todo el fruto de su corrupción corrompió su corazón y será difícil ir al Señor. Pienso en quienes viven de la trata de personas y del trabajo esclavo. ¿Pensáis que esta gente que trafica personas, que explota a las personas con el trabajo esclavo tiene en el corazón el amor de Dios? No, no tienen temor de Dios y no son felices. No lo son. Pienso en quienes fabrican armas para fomentar las guerras; pero pensad qué oficio es éste. Estoy seguro de que si hago ahora la pregunta: ¿cuántos de vosotros sois fabricantes de armas? Ninguno, ninguno. Estos fabricantes de armas no vienen a escuchar la Palabra de Dios. Estos fabrican la muerte, son mercaderes de muerte y producen mercancía de muerte. Que el temor de Dios les haga comprender que un día todo acaba y que deberán rendir cuentas a Dios.
Queridos amigos, el Salmo 34 nos hace rezar así: «El afligido invocó al Señor, Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a quienes lo temen y los protege» (vv. 7-8). Pidamos al Señor la gracia de unir nuestra voz a la de los pobres, para acoger el don del temor de Dios y poder reconocernos, juntamente con ellos, revestidos de la misericordia y del amor de Dios, que es nuestro Padre, nuestro papá. Que así sea."
(Tomado del sitio web del Vaticano. Accesado el 9 de mayo de 2022. https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2014/documents/papa-francesco_20140611_udienza-generale.html)