Día 50: Finaliza la construcción del tabernáculo

INTRODUCCIÓN

Continuamos con estos capítulos del Éxodo. Ya estamos llegando al final, estamos viendo “el Tabernáculo”, hemos visto cómo Dios dio instrucciones para su construcción y vamos a leer cómo se estaba edificando de acuerdo con estas indicaciones que el pueblo recibió y lo más interesante que tenemos que destacar hoy, es que el proyecto era muy importante porque el tabernáculo es lo que Dios les va amostrar, y que más adelante nosotros vamos a entender que es la presencia de Cristo en medio de nosotros, Él dijo que donde dos o tres están reunidos, ahí Él está, Él entre nosotros.


Así que esta tienda de reunión, nos va revelando la obra que va a hacer Cristo, de juntarnos todos y de estar Él en medio de nosotros y lo que tenemos que observar, que es de gran importancia y que es esencial, es que el que está sirviendo al Señor de mala gana, es mejor que no lo haga. Dios no puede utilizar a alguien que no tiene la actitud para servir, hay que ir de corazón. Por eso vamos a ver como los que están construyendo el tabernáculo, estos que son talladores hábiles, que están haciendo el mobiliario, que están usando todo lo que se va a llevar a cabo para la adoración al Señor, no estaban pendientes del reloj, no están pendientes de qué iba a pasar o si ya habían cumplido el tiempo no, no, no. No se limitaban en ninguno de sus trabajos a un horario determinado y que paraban y que interrumpían no, no, estaban haciéndolo porque les salía del corazón. Ellos ya sabían que era trabajar como esclavos, pero en esta ocasión no lo están haciendo como esclavos, sino lo están haciendo porque desean hacerlo, porque es una donación que están haciendo para el Señor.


Ellos ponen su corazón en aquel trabajo y creo que esa es la manera en que todos nosotros debemos hacer cualquier trabajo para Dios. Y ya cuando terminemos la lectura del día de hoy, veremos cómo este tabernáculo ya está siendo casi terminado, está terminándose su construcción, y aunque no está todo en orden, ya van a empezar a ponerle atención a otras partes, como el atrio y el patio exterior, y todo lo demás. Bueno, en fin. Hoy estaremos leyendo Éxodo capítulo 37 y 38; Levítico 26 y el Salmo 82. Este es el día 50. Empecemos.


ORACIÓN INICIAL

Padre de amor y misericordia, Tú que haces elocuente la lengua a los niños, educa también la mía e infunde en mis labios la gracia de tu bendición, Padre, Hijo y Espíritu Santo.


Y a ti te invito para que pidas que el Espíritu Santo, abra hoy nuestra mente y nuestro corazón, para que así podamos seguir gozando de esta hermosa Palabra que se nos ha proclamado el día de hoy.


PUNTOS CLAVES

  • Tenemos cosas espectaculares, hermosas. Y ya estamos llegando al final de este periodo de color rojo, ya mañana será nuestro último día y pasaremos a un nuevo libro, y como veremos ya en este nuevo libro de los Números, el pueblo de Israel va a proseguir su viaje, cuando vean la columna de nube, que se pone en movimiento. Veremos esta arca que se está construyendo, que será llevada sobre hombros, pero ¿quién la va a llevar? Los sacerdotes, quienes van a guiar la procesión. Y cuando la nube se detenga, el pueblo va a instalar su campamento, van a pasar cosas muy lindas en los próximos capítulos, pero hoy tenemos que centrarnos en cómo es esta arca, cómo es el tabernáculo, cómo está armado, cómo está todo revestido, pero más que todo eso, hay que poner atención a todo lo que Dios nos ha pedido, que seamos un pueblo fiel, que seamos personas que manifiesten su amor a Dios por encima de todas las cosas, que no nos dejemos influenciar, sino que estemos siempre atentos a lo que Dios quiere en cada una de nuestras vidas. Qué cosa más hermosa, mirar cómo Dios va mostrando todos los caminos, cómo va dando estos lugares santos para que lo adoremos, cómo hay elementos especiales para adorarlo a Él, y cuando Cristo vino a la tierra, pues Él ya nos vino a mostrar una nueva manera, que es amándolo a Él sobre todas las cosas y amando al prójimo, como nos amamos a nosotros mismos.


  • Así que hemos visto todo esto que se llama “La Tienda del Encuentro”, “La Tienda de La Reunión”, “El Santuario”. Todo esto se puede transportar porque Dios quiere marchar con su pueblo por el desierto. Así que cuando tú estés en momentos de desierto, de dificultad, de angustia, no te olvides que Dios está caminando contigo, Él siempre ha querido caminar con su pueblo y no lo quiere abandonar, aunque a veces nos sintamos que Dios no está alrededor, Él está ahí. Y en la historia que estamos leyendo, nos hemos dado cuenta de que Dios ha hecho su tienda y que ha querido habitar entre nosotros. Hay muchas situaciones humanas, tal vez en las que tú te encuentres y tal vez estás viviendo una experiencia positiva o tal vez no tan positiva, pero ahí está La Tienda de la Reunión, está la Iglesia, están las Escrituras, está ahora nuestro Señor Jesucristo, quien con sus palabras nos acerca a ese Padre misericordioso. Es ese Jesucristo que dice: “miren ya ahora, no tienen que caminar por el desierto porque Yo soy el camino. Ahora no tienen que buscar cuál es el Dios verdadero, porque Yo soy este Dios verdadero, Yo soy la verdad. Ahora no deben tener miedo a morir en el desierto, en la dificultad, en la preocupación, porque Yo soy vida, Yo soy el camino, para que ustedes lleguen a Dios”.


  • Son palabras mayores las que tenemos en estos capítulos al acercarnos al final del Éxodo. Y tenemos que hablar de cómo el desierto, es un lugar para que el pueblo se redima, para que también se una como nación. Y cuando llegan a la tierra prometida, pues ellos quieren ser contados como el número de los redimidos y tú también, tú también, vas a ser contado en ese número los que se van a salvar si pones toda tu confianza en el Señor, porque la salvación que el Señor nos da es gratuita no cuesta dinero, no tiene ningún precio. Quizás es más apropiado decir que la salvación que Dios nos da depende de cómo tú quieras abrir tu corazón y tu alma, a seguir la voluntad de Él.


  • Así que pregúntate, ¿qué necesito hoy para adquirir mi salvación? Pues soy un pecador; y lo único que necesitas es admitir que Dios es tu Dios y abrirte a la fe en ese Dios, confiar en Él y recibirlo a Él, y no dudar de que lo que hacemos en Dios, va a producir muchos frutos, frutos abundantes. Y qué más hermoso que saber que el precio ya lo ha pagado Cristo al derramar su preciosa sangre por ti, y que tú eres hijo de esa familia de Dios, de ese pueblo de Dios, y que por eso Dios te quiere aceptar, te quiere abrazar, pero que también te quiere purificar, para que te hagas digno de su presencia.


  • Qué hermoso es entrar en la historia de la salvación y saber que tú y yo estamos llamados a este proceso. No nos ceguemos, no nos cerremos, abrámonos al Señor, porque Él ha creado ese lugar Santísimo, para que nosotros entremos en él, y ¿cuál es ese lugar? Nuestro corazón. Así que entra en tu propio corazón y dile: “Señor, tú que estás ahí dentro de mí, déjame verte, déjame descubrirte, déjame amarte”. Y si te está causando mucha dificultad, acude a la iglesia, y acude a tu sacerdote, acude a tu director espiritual y dile: “oye estoy pasando por un momento de desierto, quiero entrar y ver al Señor. Quiero ir y encontrarme con la comunidad y descubrir que Cristo está en medio nosotros, porque donde dos o tres nos reunimos en su nombre, ahí está Él”. Así que déjate amar, déjate redimir y déjate salvar por ese Dios que es tan amoroso y tan fiel, y quien ha hecho todo bueno, bello y bondadoso.


ORACIÓN FINAL

Y antes de despedirme les vuelvo a pedir que, por favor oren por mí, para que yo sea fiel a este ministerio que se me ha confiado, para que pueda vivir con fe lo que leo y lo que explico para que pueda enseñar siempre la verdad y también para que yo pueda cumplir lo que he enseñado. Y que la bendición de Dios Todopoderoso que es Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y los acompañe siempre ¡Que Dios los bendiga!


PARA MEDITAR

  • Por el bautismo hemos sido incorporados en la familia de Dios y nos convertimos en verdaderos hijos de Dios por adopción ¿Sabes tú cuándo te bautizaron? Averigua esta fecha y, de ahora en adelante, dale gracias a Dios por haberte hecho su hijito amado.


CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Lv 26, 12

2550 En este camino hacia la perfección, el Espíritu y la Esposa llaman a quien les escucha (cf. Ap 22, 17) a la comunión perfecta con Dios:

«Allí se dará la gloria verdadera; nadie será alabado allí por error o por adulación; los verdaderos honores no serán ni negados a quienes los merecen ni concedidos a los indignos; por otra parte, allí nadie indigno pretenderá honores, pues allí sólo serán admitidos los dignos. Allí reinará la verdadera paz, donde nadie experimentará oposición ni de sí mismo ni de otros. La recompensa de la virtud será Dios mismo, que ha dado la virtud y se prometió a ella como la recompensa mejor y más grande que puede existir [...]: “Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (Lv 26, 12) [...] Este es también el sentido de las palabras del apóstol: “para que Dios sea todo en todos” (1 Co 15, 28). El será el fin de nuestros deseos, a quien contemplaremos sin fin, amaremos sin saciedad, alabaremos sin cansancio. Y este don, este amor, esta ocupación serán ciertamente, como la vida eterna, comunes a todos» (San Agustín, De civitate Dei, 22,30).


Sal 82, 6

441 Hijo de Dios, en el Antiguo Testamento, es un título dado a los ángeles (cf. Dt 32, 8; Jb 1, 6), al pueblo elegido (cf. Ex 4, 22; Os 11, 1; Jr 3, 19; Si 36, 11; Sb 18, 13), a los hijos de Israel (cf. Dt 14, 1; Os 2, 1) y a sus reyes (cf. 2 S 7, 14; Sal 82, 6). Significa entonces una filiación adoptiva que establece entre Dios y su criatura unas relaciones de una intimidad particular. Cuando el Rey-Mesías prometido es llamado "hijo de Dios" (cf. 1 Cro 17, 13; Sal 2, 7), no implica necesariamente, según el sentido literal de esos textos, que sea más que humano. Los que designaron así a Jesús en cuanto Mesías de Israel (cf. Mt 27, 54), quizá no quisieron decir nada más (cf. Lc 23, 47).


(Todas las citas están tomadas del Catecismo de la Iglesia Católica disponible en línea en el sitio web del Vaticano. https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html)


COMENTARIOS ADICIONALES

Audiencia General del Papa Francisco. Aula Pablo VI. Miércoles, 8 de septiembre de 2021.


Catequesis 8. Somos hijos de Dios


"Hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Proseguimos nuestro itinerario de profundización de la fe —de nuestra fe—- a la luz de la Carta de san Pablo a los Gálatas. El apóstol insiste con esos cristianos para que no olviden la novedad de la revelación de Dios que se les ha anunciado. Plenamente de acuerdo con el evangelista Juan (cf. 1 Jn 3,1-2), Pablo subraya que la fe en Jesucristo nos ha permitido convertirnos realmente en hijos de Dios y también en sus herederos. Nosotros, los cristianos, a menudo damos por descontado esta realidad de ser hijos de Dios. Sin embargo, siempre es bueno recordar de forma agradecida el momento en el que nos convertimos en ello, el de nuestro bautismo, para vivir con más consciencia el gran don recibido.


Si yo hoy preguntara: ¿quién de vosotros sabe la fecha de su bautismo?, creo que las manos levantadas no serían muchas. Y sin embargo es la fecha en la cual hemos sido salvados, es la fecha en la cual nos hemos convertido en hijos de Dios. Ahora, aquellos que no la conocen que pregunten al padrino, a la madrina, al padre, a la madre, al tío, a la tía: “¿Cuándo fui bautizado? ¿Cuándo fui bautizada?”; y recordar cada año esa fecha: es la fecha en la cual fuimos hechos hijos de Dios. ¿De acuerdo? ¿Haréis esto? [responden: ¡sí!] Es un “sí” así ¿eh? [ríen] Sigamos adelante…


De hecho, una vez «llegada la fe» en Jesucristo (v. 25), se crea la condición radicalmente nueva que conduce a la filiación divina. La filiación de la que habla Pablo ya no es la general que afecta a todos los hombres y las mujeres en cuanto hijos e hijas del único Creador. En el pasaje que hemos escuchado él afirma que la fe permite ser hijos de Dios «en Cristo» (v. 26): esta es la novedad. Es este “en Cristo” que hace la diferencia. No solamente hijo de Dios, como todos: todos los hombres y mujeres somos hijos de Dios, todos, cualquiera que sea la religión que tenemos. No. Pero “en Cristo” es lo que hace la diferencia en los cristianos, y esto solamente sucede en la participación a la redención de Cristo y en nosotros en el sacramente del bautismo, así empieza. Jesús se ha convertido en nuestro hermano, y con su muerte y resurrección nos ha reconciliado con el Padre. Quien acoge a Cristo en la fe, por el bautismo es “revestido” por Él y por la dignidad filial (cf. v. 27).


San Pablo en sus Cartas hace referencia en más de una ocasión al bautismo. Para él, ser bautizados equivale a participar de forma efectiva y real en el misterio de Jesús. Por ejemplo, en la Carta a los Romanos llegará incluso a decir que, en el bautismo, hemos muerto con Cristo y hemos sido sepultados con Él para poder vivir con Él (cf. 6,3-14). Muertos con Cristo, sepultados con Él para poder vivir con Él. Y esta es la gracia del bautismo: participar de la muerte y resurrección de Jesús. El bautismo, por tanto, no es un mero rito exterior. Quienes lo reciben son transformados en lo profundo, en el ser más íntimo, y poseen una vida nueva, precisamente esa que permite dirigirse a Dios e invocarlo con el nombre “Abbà”, es decir “papá”. “¿Padre?” No, “papá” (cf. Gal 4,6).


El apóstol afirma con gran audacia que la identidad recibida con el bautismo es una identidad totalmente nueva, como para prevalecer sobre las diferencias que existen a nivel étnico-religioso. Es decir, lo explica así: «ya no hay judío ni griego»; y también a nivel social: «ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer» (Ga 3,28). Se leen a menudo con demasiada prisa estas expresiones, sin acoger el valor revolucionario que poseen. Para Pablo, escribir a los gálatas que en Cristo “no hay judío ni griego” equivalía a una auténtica subversión en ámbito étnico-religioso. El judío, por el hecho de pertenecer al pueblo elegido, era privilegiado respecto al pagano (cf. Rm 2,17-20), y el mismo Pablo lo afirma (cf. Rm 9,4-5). No sorprende, por tanto, que esta nueva enseñanza del apóstol pudiera sonar como herética. “¿Pero cómo, iguales todos? ¡Somos diferentes!”. Suena un poco herético, ¿no? También la segunda igualdad, entre “libres” y “esclavos”, abre perspectivas sorprendentes. Para la sociedad antigua era vital la distinción entre esclavos y ciudadanos libres. Estos gozaban por ley de todos los derechos, mientras a los esclavos no se les reconocía ni siquiera la dignidad humana. Esto sucede también hoy: mucha gente en el mundo, mucha, millones, que no tienen derecho a comer, no tienen derecho a la educación, no tienen derecho al trabajo: son los nuevos esclavos, son aquellos que están en las periferias, que son explotados por todos. También hoy existe la esclavitud. Pensemos un poco en esto. Nosotros negamos a esta gente la dignidad humana, son esclavos. Así, finalmente, la igualdad en Cristo supera la diferencia social entre los dos sexos, estableciendo una igualdad entre hombre y mujer entonces revolucionaria y que hay necesidad de reafirmar también hoy. Es necesario reafirmarla también hoy. ¡Cuántas veces escuchamos expresiones que desprecian a las mujeres! Cuántas veces hemos escuchado: “Pero no, no hagas nada, [son] cosas de mujeres”. Pero mira que hombre y mujer tienen la misma dignidad, y hay en la historia, también hoy, una esclavitud de las mujeres: las mujeres no tienen las mismas oportunidades que los hombres. Debemos leer lo que dice Pablo: somos iguales en Cristo Jesús.


Como se puede ver, Pablo afirma la profunda unidad que existe entre todos los bautizados, a cualquier condición pertenezcan, sean hombres o mujeres, iguales, porque cada uno de ellos, en Cristo, es una criatura nueva. Toda distinción se convierte en secundaria respecto a la dignidad de ser hijos de Dios, el cual con su amor realiza una verdadera y sustancial igualdad. Todos, a través de la redención de Cristo y el bautismo que hemos recibido, somos iguales: hijos e hijas de Dios. Iguales.


Hermanos y hermanas, estamos por tanto llamados de forma más positiva a vivir una nueva vida que encuentra en la filiación con Dios su expresión fundamental. Iguales por ser hijos de Dios, e hijos de Dios porque nos ha redimido Jesucristo y hemos entrado en esta dignidad a través del bautismo. Es decisivo también para todos nosotros hoy redescubrir la belleza de ser hijos de Dios, ser hermanos y hermanas entre nosotros porque estamos insertos en Cristo que nos ha redimido. Las diferencias y los contrastes que crean separación no deberían tener morada en los creyentes en Cristo. Y uno de los apóstoles, en la Carta de Santiago, dice así: “Estad atentos a las diferencias, porque vosotros no sois justos cuando en la asamblea (es decir en la misa) entra uno que lleva un anillo de oro, está bien vestido: ‘¡Ah, adelante, adelante!’, y hacen que se siente en el primer lugar. Después, si entra otro que, pobrecillo, apenas se puede cubrir y se ve que es pobre, pobre, pobre: ‘sí, sí, siéntate ahí, al fondo’”. Estas diferencias las hacemos nosotros, muchas veces, de forma inconsciente. No, somos iguales. Nuestra vocación es más bien la de hacer concreta y evidente la llamada a la unidad de todo el género humano (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 1). Cualquier cosa que agrave las diferencias entre las personas, causando a menudo discriminaciones, todo esto, delante de Dios, ya no tiene consistencia, gracias a la salvación realizada en Cristo. Lo que cuenta es la fe que obra siguiendo el camino de la unidad indicado por el Espíritu Santo. Y nuestra responsabilidad es caminar decididamente por este camino de igualdad, pero igualdad que es sostenida, que ha sido hecha por la redención de Jesús.


Gracias. Y no os olvidéis, cuando volváis a casa: “¿Cuándo fui bautizada? ¿Cuándo fui bautizado?”. Preguntad, para recordar esta fecha. Y también celebrar cuando llegue la fecha. Gracias."


(Tomado del sitio web del Vaticano. Accesado el día 19 de febrero de 2022. https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2021/documents/papa-francesco_20210908_udienza-generale.html)