Día 101: Jesús, luz del mundo
INTRODUCCIÓN
Continuamos con estos bellos capítulos de Juan y de Proverbios, y nos dábamos cuenta de que, ayer en el día 100; ya rompimos un récord, se nos mostraba un Jesús que está en medio de los samaritanos, que va al pozo en la hora en que las mujeres decentes no van, las mujeres decentes van en la mañana. El esta en esta hora en que, van las que tienen algún problema y sin dudarlo, pues esta mujer tiene algunos problemitas, ha tenido varios esposos, está puesta a un lado, demuestra que tiene una sed y lo decía en el programa pasado, es una sed espiritual y Jesús le dice: “Yo soy el que puede calmar esta sed.” Qué hermoso es darnos cuenta de que Jesús está siempre pendiente de nuestras necesidades. Pero también hay un hombre que viene, no solo una mujer, hay un hombre que vino y pidió sanación y también se le concedió. Es algo hermoso que Dios nos ha enviado la Palabra hecha carne para que se nos concedan tantas cosas hermosas.
Y terminamos ayer con algo que es aún más maravilloso, se alimentan cinco mil hombres, con la generosidad de un pequeñito, que es capaz de compartir lo poco que tiene y gracias a eso, empiezan los milagros. Dios es maravilloso, nos da todo lo que hay en el mundo para que, nos sirvamos de ello y hace que los milagros pasen, ¿Qué milagro necesitas hoy en tu vida? ¿Qué necesitamos multiplicar? Tal vez buenas obras, tal vez un poquito de comprensión, de paciencia; tal vez necesitamos hacernos un poquito más dóciles. Así que hoy vamos a darnos una oportunidad de compartir y decir: Señor tengo poco, pero lo pongo a tu servicio y tú harás el milagro para que alcance para estos, para nosotros. Que alcance para todos, para que nunca mas haga falta. Gracias Señor por mandarnos el Pan de Vida. Gracias por mandarnos al Pan que da Vida, a nuestro Señor Jesucristo.
Y así que hoy nos disponemos para abrir nuestro corazón, a unos cuantos capítulos más y descubrir tu maravillosa bondad para con nosotros. Así que, queridos amigos, hoy estaremos leyendo Juan, capítulos 7 al 9; Proverbios, capítulo 5, versos 15 al 23. Este es el día 101. Empecemos.
ORACIÓN INICIAL
Padre de amor y misericordia, tú que haces elocuente la lengua de los niños, educa también la mía e infunde en mis labios, la gracias de tu bendición. Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y a ti te invito para que, pidas al Espíritu Santo que abra nuestra mente y nuestro corazón para que podamos gozar de la Palabra de Dios hoy en nuestras vidas.
PUNTOS CLAVES
Día 101. Seguimos leyendo el capítulo 7 al 9, y cosas maravillosas que descubrimos cada día. Yo no sé si a ustedes les encanta esto, pero, yo estoy fascinado con lo que estamos viendo porque nos damos cuenta de que, Jesús es Pan de Vida, no solo es Pan de Vida, sino es Pan Vivo. No solo nos damos cuenta de que ha venido a quitar la oscuridad, sino que Él es la luz, y nos damos cuenta que Jesús es El que siempre ha Sido, incluso antes de Abraham. Hoy en el capítulo 7, nos dimos cuenta de esta fiesta famosa de “Los Tabernáculos”, y nos muestra que Jesús es el agua viva y que nos promete el Espíritu Santo, a aquellos que creemos en Él. Así que, por qué no creer en Él, por qué no dejar que él nos revele lo que está pasando en el mundo, en nuestras vidas. Y decirle: “Señor, estamos aquí y tú nos has elegido y queremos quedarnos contigo. Y queremos saber qué es lo que está preparado para nosotros Señor.”
Estas fiestas que vienen del Antiguo Testamento pues, son parte de la vida de la cultura de Jesús. Él está en cada una de ellas y nos damos cuenta de que, su participación siempre es muy activa. Que tal si tú y yo participamos también activamente en la Iglesia, en lo que nos toca participar. Muchas veces nosotros no hacemos lo que tenemos que hacer, porque estamos esperando que alguien nos inspire, que alguien nos muestre el camino. Y por qué no verlo en Jesús y dejarnos inspirar y mover por él. Es por eso como Nicodemo también viene incluso, a buscar de Jesús y lo quiere defender, pero tiene cierto temor, él ha venido en la noche, tiene cierto miedo y no quiere transparentar que en su corazón ya Jesús ha tocado la puerta, y que él está tocando fuertemente, pero es Nicodemo, el que se niega a abrir las puertas del corazón. Así que tú, hoy puedes decir: “Señor, hoy abro las puertas de mi corazón y quiero que tu hijo entre en este momento, y que se convierta en el dueño y Señor absoluto de todo mi corazón, de toda mi alma, de todo mi ser. Que él sea el quien me controla, quién gobierna mi vida, que para Él sea toda la honra y la gloria, porque Señor quiero recibir tu Espíritu Santo para que Él me guíe, para que me muestre el camino que debo seguir porque quiero ser ese templo del Espíritu Santo.
Eso sería espectacular si abriéramos el corazón a Dios y lo dejáramos actuar. Y si hacemos esto, tal vez podremos ser tan comprensivos y misericordiosos como lo ha sido hoy Jesús, con esa mujer que es sorprendida en adulterio. El adulterio siempre se comete por dos personas, ¿Dónde está el hombre? Están acusando a una mujer, pero el hombre no se encuentra por ningún lado. La ley decía que había que apedrearlos a los dos. ¿Qué se hizo el hombre? Muchos quieren que Jesús caiga, y hoy Jesús lo único que dice es: “Hagan lo que tienen que hacer, sigan la ley. Ustedes no creen en Moisés, hagan lo que Moisés les ha pedido que se realice en estos casos, pero el que esté libre de pecado, que lance la primera piedra.”
Qué tan rápido somos nosotros para señalar, para juzgar, para mostrar el pecado de los demás y se nos olvida nuestro propio pecado. Y entre más vivimos, más pecamos, por eso hoy los primero que se fueron, los más viejos porque entre más pasa el tiempo más pecamos. Y Jesús sigue diciendo: “Yo tampoco te condeno, vete, pero no vuelvas a pecar.” Que hermoso ojalá que tú y yo, pudiéramos alejarnos también del pecado y decir: "De hoy en adelante, ya no vuelvo a pecar". Porque he descubierto que Jesús es la luz del mundo, y ya no correré como las ratas a esconderme en la oscuridad, sino correré hacia Jesús, porque Él es la luz del mundo, Él ha venido para iluminar mi oscuridad, Él ha venido para revelarme un Dios que es misericordioso, a un Dios que es el Pan de Vida, a un Dios que me llena de agua viva, a un Dios que es la vida misma. Así que dediquémonos a vivir más en Jesús, que él nos dará esa vida que nos ha prometido.
ORACIÓN FINAL
Querido amigos que encontramos esa luz verdadera que ilumina no solo nuestra vida, sino la vida de nuestras familias, la vida de nuestro mundo. Qué es ese Jesús, al cual te invito a que recibas hoy en tu corazón. Y por eso siempre mi insistencia de que ustedes oren por mi y yo también oro por ustedes, para que seamos fieles al ministerio que Dios nos ha confiado. A mí, este de llevar la Palabra, a ustedes el de también llevársela a sus familias, a sus amigos, para que podamos vivir con fe esto que leemos, esto que compartimos. Para que yo pueda enseñar la verdad y tú también y para que juntos podamos cumplir lo que hoy el Señor nos ha enseñado. Y que la bendición de Dios todopoderoso que es Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre cada uno de ustedes y los acompañe siempre. ¡Que Dios los bendiga!
PARA MEDITAR
Fray Sergio hoy nos habló de abrir el corazón a Dios. Pídele hoy al Espíritu Santo la gracia de una conversión profunda de corazón.
COMENTARIOS ADICIONALES
Papa Francisco. Audiencia General. Biblioteca del Palacio Apostólico. Miércoles, 2 de diciembre de 2020.
Catequesis 17. La bendición. “Dios no ha esperado a que nos convirtiéramos para comenzar a amarnos”
"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy nos detenemos en una dimensión esencial de la oración: la bendición. Continuamos las reflexiones sobre la oración. En las narraciones de la creación (cfr. Gen 1-2) Dios continuamente bendice la vida, siempre. Bendice a los animales (1,22), bendice al hombre y a la mujer (1,28), finalmente bendice el sábado, día de reposo y del disfrute de toda la creación (2,3). Es Dios que bendice. En las primeras páginas de la Biblia es un continuo repetirse de bendiciones. Dios bendice, pero también los hombres bendicen, y pronto se descubre que la bendición posee una fuerza especial, que acompaña para toda la vida a quien la recibe, y dispone el corazón del hombre a dejarse cambiar por Dios (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 61).
Al principio del mundo está Dios que “dice-bien”, bien-dice, dice-bien. Él ve que cada obra de sus manos es buena y bella, y cuando llega al hombre, y la creación se realiza, reconoce que «estaba muy bien» (Gen 1,31). Poco después, esa belleza que Dios ha impreso en su obra se alterará, y el ser humano se convertirá en una criatura degenerada, capaz de difundir el mal y la muerte por el mundo; pero nada podrá cancelar nunca la primera huella de Dios, una huella de bondad que Dios ha puesto en el mundo, en la naturaleza humana, en todos nosotros: la capacidad de bendecir y el hecho de ser bendecidos. Dios no se ha equivocado con la creación y tampoco con la creación del hombre. La esperanza del mundo reside completamente en la bendición de Dios: Él sigue queriéndonos, Él el primero, como dice el poeta Péguy[1], sigue esperando nuestro bien.
La gran bendición de Dios es Jesucristo, es el gran don de Dios, su Hijo. Es una bendición para toda la humanidad, es una bendición que nos ha salvado a todos. Él es la Palabra eterna con la que el Padre nos ha bendecido «siendo nosotros todavía pecadores» (Rm 5,8 ) dice san Pablo: Palabra hecha carne y ofrecida por nosotros en la cruz.
San Pablo proclama con emoción el plan de amor de Dios y dice así: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado» (Ef 1,3-6). No hay pecado que pueda cancelar completamente la imagen del Cristo presente en cada uno de nosotros. Ningún pecado puede cancelar esa imagen que Dios nos ha dado a nosotros. La imagen de Cristo. Puede desfigurarla, pero no puede quitarla de la misericordia de Dios. Un pecador puede permanecer en sus errores durante mucho tiempo, pero Dios es paciente hasta el último instante, esperando que al final ese corazón se abra y cambie. Dios es como un buen padre y como una buena madre, también Él es una buena madre: nunca dejan de amar a su hijo, por mucho que se equivoque, siempre. Me viene a la mente las muchas veces que he visto a la gente hacer fila para entrar en la cárcel. Muchas madres en fila para entrar y ver a su hijo preso: no dejan de amar al hijo y ellas saben que la gente que pasa en el autobús dice “Ah, esa es la madre del preso”. Y sin embargo no tienen vergüenza por esto, o mejor, tienen vergüenza pero van adelante, porque es más importante el hijo que la vergüenza. Así nosotros para Dios somos más importantes que todos los pecados que nosotros podamos hacer, porque Él es padre, es madre, es amor puro, Él nos ha bendecido para siempre. Y no dejará nunca de bendecirnos.
Una experiencia intensa es la de leer estos textos bíblicos de bendición en una prisión, o en un centro de desintoxicación. Hacer sentir a esas personas que permanecen bendecidas no obstante sus graves errores, que el Padre celeste sigue queriendo su bien y esperando que se abran finalmente al bien. Si incluso sus parientes más cercanos les han abandonado, porque ya les juzgan como irrecuperables, para Dios son siempre hijos. Dios no puede cancelar en nosotros la imagen de hijo, cada uno de nosotros es hijo, es hija. A veces ocurren milagros: hombres y mujeres que renacen. Porque encuentran esta bendición que les ha ungido como hijos. Porque la gracia de Dios cambia la vida: nos toma como somos, pero no nos deja nunca como somos.
Pensemos en lo que hizo Jesús con Zaqueo (cfr. Lc 19,1-10), por ejemplo. Todos veían en él el mal; Jesús sin embargo ve un destello de bien, y de ahí, de su curiosidad por ver a Jesús, hace pasar la misericordia que salva. Así cambió primero el corazón y después la vida de Zaqueo. En las personas marginadas y rechazadas, Jesús veía la indeleble bendición del Padre. Zaqueo es un pecador público, ha hecho muchas cosas malas, pero Jesús veía ese signo indeleble de la bendición del Padre y de ahí su compasión. Esa frase que se repite tanto en el Evangelio, “tuvo compasión”, y esa compasión lo lleva a ayudarlo y cambiarle el corazón. Es más, llegó a identificarse a sí mismo con cada persona necesitada (cfr. Mt 25,31-46). En el pasaje del “protocolo” final sobre el cual todos nosotros seremos juzgados, Mateo 25, Jesús dice: “Yo estaba hambriento, yo estaba desnudo, yo estaba en la cárcel, yo estaba en el hospital, yo estaba ahí…”.
Ante la bendición de Dios, también nosotros respondemos bendiciendo —Dios nos ha enseñado a bendecir y nosotros debemos bendecir—: es la oración de alabanza, de adoración, de acción de gracias. El Catecismo escribe: «La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquel que es la fuente de toda bendición» (n. 2626). La oración es alegría y reconocimiento. Dios no ha esperado que nos convirtiéramos para comenzar a amarnos, sino que nos ha amado primero, cuando todavía estábamos en el pecado.
No podemos solo bendecir a este Dios que nos bendice, debemos bendecir todo en Él, toda la gente, bendecir a Dios y bendecir a los hermanos, bendecir el mundo: esta es la raíz de la mansedumbre cristiana, la capacidad de sentirse bendecidos y la capacidad de bendecir. Si todos nosotros hiciéramos así, seguramente no existirían las guerras. Este mundo necesita bendición y nosotros podemos dar la bendición y recibir la bendición. El Padre nos ama. Y a nosotros nos queda tan solo la alegría de bendecirlo y la alegría de darle gracias, y de aprender de Él a no maldecir, sino bendecir. Y aquí solamente una palabra para la gente que está acostumbrada a maldecir, la gente que tiene siempre en la boca, también en el corazón, una palabra fea, una maldición. Cada uno de nosotros puede pensar: ¿yo tengo esta costumbre de maldecir así? Y pedir al Señor la gracia de cambiar esta costumbre para que nosotros tengamos un corazón bendecido y de un corazón bendecido no puede salir una maldición. Que el Señor nos enseñe a no maldecir nunca sino a bendecir."
(Tomado del sitio web del Vaticano. Accesado el 11 de abril de 2022. https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2020/documents/papa-francesco_20201202_udienza-generale.html)